El Papa ve a España «en una dramática lucha» entre secularidad y fe
El libro-entrevista con Benedicto XVI del periodista alemán Peter Seewald, ‘Luz del mundo’, fue presentado ayer en el Vaticano entre una enorme expectación, por las filtraciones que lo han precedido. La sonada apertura al uso del preservativo ha acaparado la atención, pero el libro está repleto de puntos de interés. Desde la óptica española, hay un par de respuestas con enjundia. Por un lado, el Papa confirma que la comparación que hizo en su viaje a España con los días de la Segunda República no fue una improvisación, pues repite tal cual la misma polémica idea.
Dice: «España es un país de contrastes dramáticos. Pensemos en el contraste entre la República de la década de 1930 y Franco, o en la dramática lucha actual entre la secularidad radical y la fe decidida». Pero además destaca de forma inesperada que es un país «que hoy como ayer se encuentra en un gran proceso histórico, que cuenta además con una pluralidad de culturas en la que se encuentran, por ejemplo los vascos y los catalanes».
Es una mención curiosa, pues no era necesaria, pero el Papa ha querido subrayar esa diferencia. No es un aspecto secundario en una situación como la que vive la Iglesia vasca, donde el nombramiento de los obispos de San Sebastián y Bilbao han causado tantas fricciones, y que está enmarcada en la tensión tradicional con el grueso de la Conferencia Episcopal. Ratzinger , que es bávaro y conoce la importancia de la identidad del territorio, parece sensible a estos aspectos. Si bien en otro pasaje del libro, hablando de las fuerzas centrífugas de la Iglesia, opina que «la tendencia hacia las Iglesias nacionales es un anacronismo en la sociedad globalizada». «Una Iglesia no crece en la medida en que se atrinchera a nivel nacional, se separa y se encierra en un determinado sector cultural y lo absolutiza, sino que necesita unidad», apunta.
En cualquier caso es un detalle de un libro ambicioso, que hará historia. ‘Luz del mundo’, 176 páginas de charla en su edición en español, con traducción mejorable, es un libro insólito e importante porque nunca antes un Papa había sido entrevistado. El libro de este tipo que hizo Juan Pablo II en 1995, ‘Cruzando el umbral de la esperanza’, era un cuestionario escrito. La fórmula se ha revelado afortunada y ajustada a Ratzinger, pues permite que aflore su personalidad y su gusto por la conversación. Fueron seis horas de charla en julio de este año.
Las noticias que hay en el libro ya están dadas en los últimos días. Hay más: el Papa no cree necesario un nuevo concilio, ve cercano el encuentro con el patriarca ortodoxo de Moscú y en China espera una pronta unión de la Iglesia oficial y la clandestina. Luego queda el denso fondo del libro. Emergen interesantes reflexiones de un papa intelectual y humanista, al margen de que se esté de acuerdo o no, y el propio descubrimiento de Ratzinger , la sensación que transmite de normalidad y cercanía, de franqueza en las respuestas. Dice, por ejemplo, que dimitirá si no tiene fuerzas o que los viajes le cansan y admite errores cometidos, sobre todo al gestionar la información. El libro toca todas las crisis de cinco años de pontificado. Seewald no le mete mucha caña -tampoco había que hacerse ilusiones- pero plantea temas delicados y el Papa no evita el debate. Aunque no le pregunta sobre su controvertida gestión del caso de un cura pedófilo, al que no denunció, cuando era obispo en Múnich.
De nuevo se demuestra que Ratzinger da lo mejor de sí cuando improvisa, porque dice sin rodeos lo que piensa. Esto le da una frescura inesperada, que a veces le da problemas y colapsa la política de comunicación del Vaticano. Ha vuelto a pasar con la apertura al uso del condón. A la Iglesia le ha pillado desprevenida y reina la confusión. Y había que ver al arzobispo Rino Fisichella, en la presentación del libro, intentando aclarar si lo que dice el Papa en una entrevista es vinculante o no para los fieles.
«Fue un ‘shock’»
Benedicto XVI habla del día de su elección: «Como todos saben fue un ‘shock’ para mí. Se me vino a la cabeza la idea de la guillotina: ¡ahora cae y te da!». Admite que su ritmo de trabajo es excesivo a sus 83 años y nota «que las fuerzas decaen». No usa la bicicleta estática que le regalaron ni hace deporte. Lee la prensa, ve las noticias y por la noche, algún DVD. Se confía a san Agustín, Buenaventura y Tomás de Aquino. Le fastidia el papel de estrella mediática, pero lo acepta porque cree que la gente no va a verle a él, sino al representante de Cristo. Sobre las comparaciones con Juan Pablo II: «Me dije que soy como soy. No intento ser otro. He sido elegido y hago lo que puedo». Ante la posibilidad de renunciar admite que si ve que «física, psíquica y mentalmente» no puede con su tarea el Papa «tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar». ¿Ha cometido errores al comienzo? «Probablemente. Tal vez más tarde se cometen incluso más errores, porque ya no se es tan cuidadoso». No cree que esté aislado del mundo, pero admite que echa de menos el no poder salir «ir a cualquier restaurante y ver algo solo y con mis propios ojos».
«El sí al cuerpo»
Benedicto XVI reconoce que en la cristiandad ha habido «rigorismos y tendencia a una valoración negativa» del sexo. «Hay que reconocer que debemos encontrar otra vez el camino a la actitud auténticamente cristiana, como la del cristianismo primitivo: la alegría y el sí al cuerpo», uniendo libertad y responsabilidad. En una larga reflexión introduce la aceptación del preservativo en algunos casos. También revela una apertura sobre curas que se quieran casar: «Cuando un sacerdote cohabita con una mujer hay que verificar si existe una verdadera voluntad matrimonial. Si así fuese, tienen que seguir ese camino». Sobre la homosexualidad mantiene que es contraria a la naturaleza e impide el sacerdocio, «pues entonces el celibato no tiene sentido como renuncia». Seewald le hace notar que también hay sacerdotes gays. Respuesta: «Esto también forma parte de las dificultades de la Iglesia».
«Vivimos a costa de las generaciones futuras»
La parte más interesante del libro es un análisis de la idea de progreso: «Seguramente hay algo que estamos haciendo mal. Hoy vemos que puede ser destructivo». Reclama un dominio ético del progreso y del poder de la ciencia: «Lo que se puede hacer hay que poder hacerlo. Todo lo demás iría contra la libertad. ¿Es verdad eso? Yo pienso que no». Hablando del cambio climático, critica la hipocresía general. Cree que la gente solo se dice «a mí no me tocará. y, de todos modos, no modificaré mi vida».
Hay una responsabilidad global, «pero la traducción de esto mismo en acciones políticas se ve imposibilitada por la falta de una disposición a la renuncia. Tendría que reflejarse en los presupuestos nacionales y, en última instancia, debería ser sostenido por los individuos». Por eso cree urgente una moral nueva y es aquí donde ve un papel decisivo para la Iglesia. Esto entronca con la actual crisis económica: «Vivimos a costa de las generaciones futuras. Vivimos en la falsedad. Más allá de los planes financieros es indispensable un examen de conciencia a nivel global. Hay que considerar las cosas no solo desde el punto de vista del éxito, sino del amor al prójimo».
Defensa de la Cruz y del burka elegido libremente
Naturalmente, se habla de la batalla contra «la dictadura del relativismo». «Hay que ser cuidadoso al reivindicar la verdad, pero descartarla como inalcanzable es destructivo», advierte el Papa, para señalar que si el único criterio es la opinión de la mayoría puede tener consecuencias como el marxismo y el nazismo. Por eso Benedicto XVI pone en guardia ante una «nueva religión» de lo racional «que lo sabe todo» y señala lo que debe ser «normativo para todos». Ahí sitúa las críticas a la Iglesia por discriminar a homosexuales o no ordenar mujeres. «El cristianismo se ve así expuesto a un presión de intolerancia que, primeramente, lo caricaturiza, y después, en nombre de una aparente racionalidad, quiere quitarle el espacio para respirar». Aquí cita la polémica de la exhibición de símbolos religiosos y cree que un crucifijo «no contiene nada incomprensible o inadmisible para otros y es un símbolo de identidad cultural». Del mismo modo defiende el burka musulmán si la mujer lo elige libremente.
El debate sobre violencia y razón
El Papa admite que en Ratisbona concibió el discurso como una conferencia, «sin ser consciente de que un discurso papal es interpretado en clave política». Aún así cree que dio lugar a un debate interesante en el que «quedó claro que el islam debe explicar dos cosas: su relación con la violencia y con la razón».
Revela que jefes de Estado árabes le han contado su interés en asumir con los cristianos una postura común «contraria al abuso terrorista del islam». Ratzinger no cree en la tesis de una Europa asediada por el mundo islámico. Dice que Lepanto es el pasado y «hoy se encuentran por un lado el secularismo radical y por el otro la pregunta de Dios». No obstante, señala que donde el islam domina en soledad puede ocurrir que «la conciencia de verdad se hace tan estrecha que se convierte en intolerancia».