Si no repunta pronto y mucho nuestra fecundidad, la situación demográfica de España en 2036 será mala, muy mala o sencillamente pésima. El ejercicio teórico de prolongar durante los próximos 25 años las tendencias demográficas actuales arroja resultados horripilantes, pero lógicos, según un estudio realizado por el diario Expansión.

En España llevamos tres décadas con muy baja natalidad, y eso, a la larga, es tan mal negocio como el dolce far niente estival de la cigarra del cuento. Para estimar dónde estaríamos en demografía en 2036, a modo de escenario de base, cabe emplear las siguientes hipótesis para las variables esenciales:

• Tasa de fecundidad como la actual hasta 2036. En 2010 tuvimos 1,38 hijos por mujer, por una media de apenas 1,3 desde 1986, precisándose 2,1 para el relevo generacional, razón por la cual cada nueva generación de españoles es un 35%–40% menos numerosa que la anterior.

• Saldo migratorio nulo. Tras el reciente aluvión de inmigrantes, con la crisis y nuestro más del 20% de desempleo, de España se va más gente de la que viene a vivir, tanto extranjeros como españoles, a ritmos que actualmente serían de unas 150.000–200.000 personas al año, según se infiere de las últimas estimaciones de población residente del INE. Por no cargar las tintas más de la cuenta y parecer una hipótesis neutral, en las proyecciones demográficas efectuadas se ha dejado a cero el flujo migratorio neto.

• Esperanza de vida creciendo como en los últimos lustros, a razón de poco más de dos años por década.

Con estos supuestos, lo más destacado de la evolución demográfica de España entre 2011 y 2036 sería lo siguiente:

1. Sustancial pérdida de población. Según nuestros cálculos, la población residente en España mermaría en los próximos 25 años en 3,5-4 millones de personas en total, y en 5–6 millones los españoles de raíz autóctona (NB: en 2011, por primera vez desde el dramático año 1939, España está perdiendo población, según el INE).

2. Mucho más envejecidos. En 2036, un 34% de la población tendría 60 años o más, y un 18%, 21 años o menos. En la actualidad, esos porcentajes son el 22% y el 21%, respectivamente. Hace 25 años, los españoles con 60 años o más no llegaban al 17%, y los sub-21 superaban el 33% del total. Y la edad promedio de los residentes en España en 2036 rondaría los 47 años, por 41 en la actualidad –42 años para los españoles autóctonos– y 33 años en 1976.

3. Menos autóctonos. Aun sin nuevos inmigrantes, como pocos de ellos tienen menos de 60 años, y últimamente uno de cada cuatro bebés en España tiene madre o padre forastero, en 25 años la población nacida fuera de España o descendiente de padres foráneos rondaría el 20% del total (actualmente, el 14% de los residentes empadronados nació en el extranjero, y otro 2% son hijos suyos tenidos en España).

Para nuestra economía, una población decreciente en número total pero creciente en senectud sería algo muy negativo, por dispararse los costes de atender a más y más jubilados (pensiones, sanidad, cuidados personales), soportados por una población activa mermada y menguante. Y porque un perfil demográfico tan lánguido deprimiría, asimismo, la demanda económica interna y el valor de gran parte de nuestras propiedades (como los activos inmobiliarios, nuestra hucha tradicional). Tampoco una España decrépita y decadente parece lo ideal en el plano geopolítico, por no hablar del empobrecimiento afectivo de una sociedad cuya gente apenas tendría hijos, hermanos, primos, tíos….

Desastre demográficoComo hay diferencias muy acusadas por provincias y regiones, de no alterarse las tendencias actuales, en 2036 habrá zonas de España cuyo envejecimiento y despoblación presentarían tintes dramáticos (Asturias, Galicia, Castilla y León, el País Vasco, Aragón, Cantabria, Extremadura…). Y otras en que el desastre demográfico se notaría algo menos, por servir de lugar–refugio para población y empresas: principalmente, Madrid, el litoral mediterráneo y los archipiélagos.

Naturalmente, nuestras perspectivas mejorarían si creciesen nuestras ganas de tener niños. Pero muy rápido y mucho tendrían que hacerlo para que en 25 años reparásemos una parte apreciable del efecto de nuestra actual sequía reproductora –no es posible corregir del todo nuestros actuales desequilibrios demográficos en un cuarto de siglo, pero mejorar algo en natalidad ya sería muy valioso–, máxime cuando necesitamos que la fecundidad repunte algo más de un 50% simplemente para que haya relevo generacional. En cuanto a la esperanza de vida, si en el próximo cuarto de siglo creciese menos de lo previsto, perderíamos aún más población, pero ésta estaría menos envejecida. Y si aumentara de forma más intensa, sucedería lo contrario.

La inmigración extranjera, salvo que caigamos en un estancamiento económico prolongado “a la japonesa”, podría llegar de nuevo cuando la economía española repunte, suavizando nuestro declive demográfico global, pero acentuando en contraste el de la población española autóctona.

Y si gran parte de esa nueva inmigración fuera magrebí–musulmana, cosa lógica por proximidad geográfica y de diferencia de renta per cápita con España, esta comunidad étnico–religiosa reforzaría la masa crítica que ya tiene en buena parte del país, con consecuencias socio–políticas de calado.

En provincias como Almería, Gerona, Tarragona, Lérida, Murcia, La Rioja, Barcelona, Castellón, Baleares o Teruel, por cómo están ahora, la presencia islámica sería elevadísima en 2036. Con las dinámicas actuales, y aun sin nuevos inmigrantes, alrededor del 10% de los jóvenes serían musulmanes en la España de 2036, con picos no inferiores al 15%–25% en las provincias anteriormente citadas, y del 70% o más en Ceuta y Melilla.

Y a la inversa, si no eliminamos trabas a nuestras empresas (legislación laboral hostil al empresario, carga fiscal agobiante, educación mediocre, explosión normativa regional, etcétera) y redimensionamos a un tamaño viable el Estado del bienestar, sin pujanza económica, en los próximos años y décadas podría haber una apreciable emigración de españoles al extranjero, como la hay ahora con la crisis.

Si, además, seguimos con baja natalidad, esto nos llevaría al peor escenario posible para 2036: un invierno demográfico de temperaturas antárticas, al cual habría que llamar más bien “intenso suicidio demográfico”.

Por desgracia, en ello estamos. O nos tomamos muy en serio nuestro gravísimo problema de natalidad y población, damos un salto cualitativo en productividad y recortamos drásticamente gasto público innecesario e impuestos, o en 2036 padeceremos una profunda depresión demográfica, que ya se anticipa en unas cuantas provincias y regiones, que pierden población y envejecen de forma alarmante.