Arabia Saudí, la tiranía intocable
En sus tiempos mozos, no tardaba ni medio minuto en hacerse humo. Era un jinete de primera y se pasaba las horas muertas en el desierto. Debían de ser muchas porque el rey Abdalá de Arabia Saudí -que se sepa- no tiene licenciatura universitaria, ni un humilde diploma en Historia de las Religiones ni un cursillo acelerado en Derechos Humanos. Ni una cosa ni otra le habrían venido nada mal al tercer hombre con más poder del mundo. Solo tiene por delante a Hu Jintao, presidente chino, y a Barack Obama, líder de la primera potencia mundial.
Así lo indica el último ranking elaborado por la revista estadounidense ‘Forbes’, especializada en negocios y finanzas, que cada año se exprime las meninges para confeccionar los listados del ‘quién es quién’ en influencia y riqueza a nivel internacional. Es el típico magazine que leen las mujeres de los jeques y sultanes en la peluquería. Con avidez y los rulos puestos. Es la única manera que tienen de compensar su falta de poder y libertad. Cuanto más ceros en la cuenta corriente del consorte -compartido con el resto del harén-, más realizadas se sienten. ¿Qué más pueden pedir?
La mayor parte de las saudíes de clase alta viven enclaustradas en su mansión o palacete, pegadas al teléfono para charlar con amigas de los cinco continentes, con el único fin de matar las horas muertas y convencerse de que forman parte de una élite privilegiada. Una jaula de oro con muchos críos berreando, personal de servicio extranjero -preferentemente paquistaní, indio o de Bangladesh- y varios Mac portátiles desperdigados por la casa. Les encanta navegar por la web y comprar sin reparar en gastos. ¡Sobre todo ropa interior de Inditex! No se crean que es una leyenda urbana.
De un tiempo a esta parte, el imperio de Amancio Ortega se abre camino a toda velocidad por tierras saudíes. Ya dispone de unas 100 tiendas (de Zara, Pull & Bear, Massimo Dutti, Bershka, Stradivarius, Oysho, Zara Home y Uterqüe) y poco a poco está contribuyendo a darle un aire cosmopolita a las mujeres de este país, aunque sea en fiestas privadas y en el extranjero. En su país tienen terminantemente prohibido despojarse de la ‘abaya’, es decir, de la tradicional túnica talar de color negro. Sin que falte el sempiterno velo, que solo deja al descubierto los ojazos que ya se ponían por los cuernos de la luna en ‘Las mil y una noches’. Pero, ya ven, el encanto femenino vive en el día a día en una camisa de fuerza. No se les permite ponerse al volante de un coche si no les acompaña un hombre. ¡Un caso único en el mundo! A juicio del Comité para la Propagación de la Virtud -o sea, la policía religiosa-, dar rienda suelta a las mujeres «llevaría al caos en las carreteras de Riad, habría muertos y no se podría vivir».
Por si no bastara, tampoco pueden viajar, ni firmar un contrato de trabajo ni someterse a una intervención quirúrgica…, a no ser que cuenten con el beneplácito de un varón. Menudo panorama. Habrá que ver cómo han recibido las compatriotas del monarca saudí el anuncio de que podrán votar y ser elegidas en las elecciones municipales de 2015. A bote pronto, parece una reforma en toda regla. ¿O no? Mejor no echemos las campanas al vuelo.
En Arabia Saudí no hay partidos políticos ni Parlamento. Estos comicios locales son un brindis al sol: se limitan a obedecer las directrices que marcan los príncipes, los jefes de las tribus beduinas, los jeques y los ulema (autoridades religiosas que dan el refrendo espiritual, a la luz del Corán). Bien es verdad que es un paso hacia adelante, como la lucha personal del rey para que las alumnas universitarias puedan compartir aulas con sus compañeros. Pero todavía queda mucho camino por recorrer. No perdamos de vista que hablamos de una de las poquísimas monarquías absolutistas del mundo, junto a Omán, Brunéi y Suazilandia. Allí las familias reales hacen su santa voluntad, sin el control de ningún organismo que represente la voluntad popular. El sistema político viene legitimado por la divinidad de turno o la ley del más fuerte; y así será hasta que la presión social dé la vuelta a la tortilla.
Sin ‘primavera árabe’
Una posibilidad muy remota en un país donde el monarca cuenta con un patrimonio que supera los 21.000 millones de dólares. No es mal negocio ser dueño y señor de unas tierras que poseen el 20% de reservas de crudo del planeta. Los petrodólares abren las puertas de cualquier despacho, ya sea en Washington, París o Berlín. Da igual que en su país las mutilaciones estén a la orden del día, como sanciones inspiradas en la sharía (ley islámica), o que los homosexuales tengan la consideración de delincuentes, o que los inmigrantes sufran condiciones laborales que rayan la esclavitud o… El dinero es el dinero. Y en esto el rey Abdalá, hijo de madre beduina, es un maestro. Se las arregla estupendamente para sacar provecho de lo que lleva en el morral. Con discreción, muchas sonrisas y pocos anillos. Es poco ostentoso -nada que ver con su antecesor, el rey Fahd, un asiduo de Marbella- y habla lo justo y necesario. Algunos lo achacan a su tartamudez, otros a una profunda timidez que arrastra desde la infancia. Tener 34 hermanos y saber que tu madre no es la favorita dentro de un harén de 22 mujeres es algo que muy probablemente deja huella. Él se ha mostrado mucho más comedido: tiene 4 esposas y 22 hijos. Dicen que le gusta la vida familiar y el desierto , aunque a estas alturas ya no pueda permitirse ni un triste galope sobre un tordillo de patas largas. Tiene 87 años y se prodiga muy poco. Su tartamudez se ha agravado y quizás eso influya.
Sin embargo, se mantiene alerta, empeñado en dejar todo atado y bien atado para su sucesor. La obsesión de todos los tiranos, que ni muertos quieren bajarse del trono. La ‘primavera árabe’ apenas se ha notado en su feudo porque la Guardia Nacional (fuerza de choque que Abdalá lideró hasta noviembre de 2010) actúa con una contundencia digna de mejor causa.
Ahora bien, para curarse en salud, no ha dudado en aprobar una nueva partida de gasto social que ronda los 130.000 millones de dólares, con el fin de subir los sueldos -en Arabia Saudí no existe el salario mínimo y tampoco hay sindicatos – y, de paso, financiar las actividades de las organizaciones religiosas. Esto último es muy importante para el monarca Abdalá, un hombre devoto, que se toma muy en serio el papel de su país como guardián de los lugares santos: La Meca y Medina. Tiene un talante muy espiritual y no duda en señalar con el dedos a sus parientes más escandalosos. Salvo cuando hay violaciones de por medio. A día de hoy, todavía no se ha pronunciado ante la demanda interpuesta contra su sobrino Alwalled bin Talal bin Abdulaziz al-Saud, un magnate de las finanzas al que llaman el ‘Warren Buffett árabe’. Se le acusa de agredir en 2008 a una modelo de 20 años en un yate de lujo, muy cerca de Ibiza. El caso sigue abierto y la familia real saudí no se ha rasgado las vestiduras.