Estadios, aeropuertos y auditorios de Valencia languidecen por falta de medios
Le ocurre a todo aquel que llega a Valencia por la circunvalación y se adentra en la capital por la autovía de Llíria. Imponente, inacabado, el esqueleto del que debía ser el nuevo Mestalla, el nuevo coliseo valencianista, el “mejor estadio del mundo”, en palabras del ex presidente che Juan Soler, emerge como metáfora de un tiempo en el que todo parecía posible. La mole de cemento, sus gradas inacabadas, el polvo y la suciedad que acumula, obligan a recordar los días en los que en la Comunidad Valenciana se disparaba con pólvora de rey. Y es un gran ejemplo – que iba a costar 300 millones de euros y que, en el momento de parar las obras, llevaba engullidos 70 millones-de cómo la fiebre del pelotazo inmobiliario se instaló no sólo en la administración valenciana – que avaló créditos imposibles al Valencia a través de Bancaixa-, sino en la misma sociedad. Los más optimistas no creen que pueda construirse antes de diez años.
De alguna manera, cada capital de esta comunidad tiene su propio icono, su propia joya impagable, su ejemplo de un tiempo que tal vez no volverá. En Castellón no hay dudas: su aeropuerto. Esa incoherente construcción que ha costado a la Generalitat valenciana, principal accionista de la empresa gestora, más de 150 millones de euros, y que tendrá un coste de mantenimiento superior a los 17 millones de euros anuales. El problema es que en este aeropuerto, a 60 kilómetros del de Valencia, no hay aviones, ni previsión de que los haya; aunque algunos de sus responsables llevan meses cobrando sueldos superiores al del presidente de la Generalitat. Ninguna compañía aérea ha mostrado aún interés por operar en estas pistas, y la crisis ha concentrado la demanda low cost en los aeropuertos cercanos a las zonas donde el ocio es masivo: Benidorm, por ejemplo. El ex presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra, llegó incluso a ironizar con esta situación: “Este es un aeropuerto que la gente podrá pasear”.
En Alicante, dos iconos merecen una mención especial: Terra Mítica, o lo que queda de ella; y la Ciudad de la Luz, los estudios de cine que la Generalitat valenciana construyó con la esperanza de generar una industria imposible. De Terra Mítica ya se ha dicho casi todo: más de 100 millones de inversión (con participación directa de Bancaixa y la CAM), quiebra, concurso de acreedores, venta de terrenos, nuevos inversores, corrupción, proceso a anteriores dirigentes, y un largo etcétera de asuntos en torno a un parque temático que el ex presidente Eduardo Zaplana quiso convertir en emblema de un nuevo tiempo. Hoy ese lugar es una caricatura reconvertida en parque acuático que sobrevive a duras penas gracias a la buena gestión de una empresa privada.
El caso de la Ciudad de la Luz resulta paradigmático: se construyó para que las grandes producciones generaran negocio, yhoy es una sociedad pública que debe pagar fortunas por las pocas películas que allí se ruedan. Debían ser el Hollywood europeo, y hoy es un foco de nefastas noticias. Su presupuesto de construcción eran 100 millones de euros, y llevan gastados más de 170 millones. Pierde al año 22 millones y adeuda 130 millones. Una ruina que ha sido noticia reiterada por su mala gestión y que probablemente cerrará sus puertas en poco tiempo.
Estos son sólo ejemplos cercanos a las grandes ciudades. Después, están aquellos que han impactado en urbes medias y pequeñas. Es el caso del auditorio de Torrevieja, una bombonera para acoger conciertos y ópera que ya quisieran algunas capitales europeas, y con una capacidad para 1.500 personas. Ha costado 36 millones de euros, se inauguró hace pocos meses – en pleno estallido de la crisis-y hoy por hoy no se sabe muy bien qué se podrá programar allí en los próximos años, ya que el Ayuntamiento arrastra una deuda que supera los 70 millones de euros, según fuentes de la oposición.
A partir de ahí, los casos abundan a lo largo y ancho de la comunidad, en ayuntamientos del PP, y también del PSPVPSOE. Nadie se libra. Como el nuevo centro de visitantes del castillo de Sagunt, que lleva diez meses acabado y que no abre por falta de luz. La biblioteca de Sueca, que lleva años en obras y no ha sido acabada. Piscinas municipales en multitud de pueblos, como Alzira o Carcaixent. O la Casa de la Música de Alberic, inacabada. O el centro cultural de La Rambleta, en Valencia, y tantos otros.