La nada
Es como un efecto barniz. Vemos que todo nos resbala, que ya no hay límites para el comportamiento, que nada nos resulta intolerable. Pero, como las apariencias engañan, me resisto a creer que nos hemos convertido en una sociedad adormecida, conformista e instalada en la indiferencia.
En este sentido, el pasado jueves, intentaba convencer a la consejera de Presidencia del rechazo que la corrupción debe ocasionar en la población. Aún partiendo de la base de que a la mayoría de la gente normal la política le interese lo justo, sentirse agredido y estafado siempre es desagradable. En relación a los políticos el nivel de exigencia debería subir, porque nos presentamos para resolver problemas y ayudar al bien común. Nuestras promesas, cuando pedimos la confianza, deben convertirse en un vínculo de honestidad incorruptible. Por ello, de no actuar con decencia, la frustración tendría que ser mucho más intensa que en otras situaciones y la decepción mucho más imperdonable.
Actualmente sabemos a ciencia cierta la conexión de varios consejeros y de dos presidentes de la Junta de Andalucía con la trama organizada para el mayor saqueo de dinero público que se conoce en nuestra comunidad. En algunos casos, las firmas de estas personas aparecen en documentos que jamás debieron ser rubricados. Autorizan el mal uso del llamado “fondo de reptiles”, que con 700 millones de partida presupuestaria se ha destinado no al empleo, que era su auténtico objetivo, sino al fraude para beneficiar a los amigos.
Después del escándalo masivo de los ERES no ha sucedido nada, no ha dimitido nadie, no se han decretado ceses, no ha habido cambio alguno. Por ello le preguntaba a la consejera sobre la inacción del gobierno andaluz a la hora de exigir responsabilidades políticas. Le preguntaba por qué han elegido el papel del disimulo, de la disculpa y de la justificación. Le preguntaba también por qué el expolio no acarreaba consecuencias. Le preguntaba, en definitiva, si eran conscientes del daño que ocasionaba semejante actitud. Y no me refiero sólo a efectos económicos por la pérdida de importantes sumas de dinero, sino a efectos morales con la devaluación imparable de la ética política.
El escepticismo que provoca en la población la aceptación de la corrupción por parte de los cargos públicos, es muy peligroso. Puede inocularse hasta el fondo y quedarse ahí para siempre generando que se pierda la esperanza en la posibilidad de un mundo mejor. Puede trasformar tanto las opiniones, que la confianza desencantada haga crecer el sarcasmo y la acidez. Puede lograrse, sin más remedio, un pésimo concepto de todos los políticos.
Pero, aunque la expresión esté muy trillada, no todos los políticos somos iguales. No todos tenemos la manga ancha. Creo que muchos, entre los que me incluyo, somos gente honrada que defendemos sinceramente y con pasión unos ideales que consideramos mejores. Que enfocamos la vida entera a esta dedicación polarizada e incompatible con otra vida normal y deseable. Que renunciamos a diario a sueños y aficiones personales ante la utopía de una sociedad más equilibrada. Creo, de verdad, que nuestro compromiso no admite ninguna duda.
Por eso es muy perjudicial el silencio terrible de los cómplices, la falta de medidas rotundas y drásticas que marquen la línea inconfundible entre lo bueno y lo inaceptable, la permanencia de los culpables en sus cargos vacíos de rigor y honestidad.
La actitud complaciente del gobierno socialista andaluz, así como su permisividad y tolerancia continuas hacia la corrupción, deben encontrar en la sociedad una dura y justa respuesta. De lo contrario, entre todos, estaríamos contribuyendo a la perversión del sistema del que formamos parte inevitable y fundamental.
*Alcaldesa de Fuengirola y portavoz del PP en el Parlamento de Andalucía.