Por el alzacuellos
Hace un par de días, en el ayuntamiento, mantuve una reunión con un sacerdote que me pidió cita por un asunto municipal relacionado con su parroquia. Le atendí igual que a todo el mundo, con la mejor predisposición. Pronto surgieron conversaciones colaterales, ajenas al motivo del encuentro. Dadas las circunstancias, resultaba inevitable reflexionar sobre la crisis de valores que tanto me preocupa, sobre la escasa formación de gran parte del alumnado actual y sobre la pérdida de buenas costumbres indiscutibles.
Entonces me comentó una anécdota que le había sucedido en la celebración importada de la fiesta de Halloween, con la que nuestra sociedad parece haberse mimetizado. Los docentes se prestan a organizar actividades escolares en este día con mucho más entusiasmo del que demuestran ante tradiciones festivas propias. Es muy curioso.
Me quedé perpleja y pensativa cuando me contó que unos chavales disfrazados para la ocasión, le habían preguntado de qué era su disfraz: iba con alzacuellos. El sacerdote se interesó por conocer las pretensiones de las vestimentas tan tenebrosas que portaban sus interlocutores. Le respondieron que deseaban causar miedo. Él replicó que su caso era diferente, no se trataba de un disfraz. Su atuendo funcionaba como seña de identidad de su labor cristiana, intentando siempre aportar tranquilidad y paz. Semejante afirmación provocó risas e insultos varios. Con toda la ignorancia. Con toda la mala educación.
Anécdotas parecidas hay muchas. Son reflejos inconfundibles del bajo nivel alcanzado cuando la meta progresista consiste en igualar por lo fácil, por lo escaso, por lo inferior e insuficiente. No sé qué esperamos del futuro. Tampoco sé por qué dilapidamos el presente. Pero sin embargo, me invade el incómodo convencimiento de que tenemos razones serias para la incertidumbre y la preocupación.
Por lo anterior, considero la reforma educativa urgente e inaplazable. Es una deuda moral y política adquirida con las generaciones perdidas a propósito. La a confesionalidad o el laicismo, no pueden servir de coartada para producir una incultura tan impresionante como la protagonizada por los jóvenes del anecdotario sacerdotal. Para el desarrollo completo del individuo, es fundamental una mayor formación en humanidades, en buenas maneras, en respeto a los demás.
Personas con tan escasa educación están siendo abocadas al fracaso laboral y social. Son las condenadas sin remedio a desenvolverse con una merma en sus posibilidades de éxito y progreso. Son las víctimas de un sistema educativo que se ensaña experimentando con ellas un falso progresismo, por revancha y por rencor. Son el resultado de los extremismos del pasado reeditados por políticas acomplejadas y dañinas. Son las que vivirán con limitaciones irrecuperables.
La discusión no está en enseñanza pública o privada. Ese es un debate superado en todas las sociedades democráticas, que conviven tranquilamente con ambos modelos. Es un debate que en España se utiliza como excusa para el enfrentamiento, para la separación. Es una impostura. Es un debate ficticio y conveniente. El problema radica en la falta de calidad de la educación pública y en el desinterés por remediarlo. Cada nueva ley educativa ha bajado el nivel de exigencia cosechando peores resultados de nuestros alumnos en las distintas pruebas internacionales de conocimientos académicos.
Dicho sea de paso, todas las leyes democráticas referidas han sido elaboradas y aprobadas por el Partido Socialista. A ellos, y sólo a ellos, hay que culpar de la escasa formación que reciben nuestros hijos. El Partido Popular cuando gobernó España no tuvo mayoría en su primer mandato para abordar la ansiada reforma. En la segunda legislatura aprobó por fin la Ley de Calidad. Zapatero la derogó raudo y veloz como una de sus primeras medidas de gobierno, destrozando a la vez cualquier esperanza de mejora.
Ante esa realidad, ni se han reconocido responsabilidades políticas, ni ha existido propósito de enmienda. Por el contrario, el esfuerzo de los gobernantes socialistas se dirige a justificar, mantener y presumir de una incapacidad manifiesta.
*Alcaldesa de Fuengirola y portavoz del PP en el Parlamento de Andalucía.