ETA y las filtraciones de WikiLeaks
Hoy sabemos que la guerra contra Iraq se urdió con falsos argumentos. A finales de febrero de 2002, la CIA presionó al diplomático Joseph Wilson, subjefe de la misión en Bagdad y colaborador del Consejo Nacional de Seguridad, para que mintiese sobre el asunto de la posesión de uranio por parte del régimen iraquí. A pesar de esto, Wilson, tras su viaje comunicó que no había encontrado absolutamente nada que hiciese pensar que los iraquíes estaban enriqueciendo uranio. La CIA intentó convencerle con unos supuestos documentos secretos (que nunca se le mostraron) y además insistieron en el asunto diciéndole que Níger era el país de procedencia de ese uranio. Joseph Wilson inició una investigación por su cuenta y averiguó que no había uranio a la venta en Níger. Las únicas 2 minas de uranio de este país estaban controladas por una compañía francesa y su producción, que se destinaba a Francia, España y Japón, ya estaba vendida con antelación, muchos meses antes de su producción.
El 8 de septiembre, a pesar de ello, Cheney afirmó que “sabemos con absoluta certeza que Iraq se está abasteciendo del material necesario para enriquecer el uranio con fines militares”; y Bush, el 14 de septiembre, mantuvo el mismo argumento.
El 24 de septiembre de 2002 el Gobierno británico presidido por Tony Blair declaraba que, entre 1999 y 2001, Iraq había intentado obtener 5 toneladas de óxido de uranio de un país africano, que posteriormente sería identificado como Níger, sin citar las pruebas. El terreno estaba abonado para ‘vender’ otra guerra por petróleo. Cinco días después, el Senado norteamericano autorizaba el ataque contra Iraq por abrumadora mayoría. George W. Bush y Tony Blair mintieron descaradamente sobre el uranio enriquecido, y medio mundo les creyó a pies juntillas.
En octubre de 2002, unos documentos enviados a la embajada de Estados Unidos en Roma por la periodista italiana Elisabeth Burba, de la revista Panorama, aparentemente confirmaban la acusación contra Iraq. La embajada los transmitió a la CIA y ésta al Pentágono. Elisabeth Burba, que incluso viajó a Níger para comprobarlos, los había juzgado tan poco creíbles que se había negado a publicar un artículo sobre el asunto.
Bush retomó públicamente el argumento del uranio del Níger en su discurso del 28 de enero de 2003 parapetándose tras el Gobierno británico: “El Gobierno británico ha sabido que Sadam Hussein ha intentado recientemente procurarse grandes cantidades de uranio en África”. Dijo esto a pesar de que el director de la CIA, George Tenet, le había advertido que no utilizase este argumento.
El 7 de marzo, el director general de la AIEA (Agencia Internacional para la Energía Atómica) confirmaba ante el Consejo de Seguridad de la ONU que los documentos eran falsos: “Un análisis detallado ha permitido a la AIEA concluir, con la colaboración de varios expertos independientes que, de hecho, estos documentos no son auténticos”.
Además, en privado, un experto de la agencia declaró esto: “Los documentos son tan grotescos que no me puedo imaginar por un solo instante que vengan de una agencia de información digna de ese nombre”.
La AIEA esperó los originales durante meses tras haberlos solicitado en octubre a Gran Bretaña. Cuando llegaron se hizo evidente en cuestión de horas que eran burdas falsificaciones llenas de incoherencias flagrantes, como por ejemplo, cartas firmadas por ministros nigerianos que no estaban en el cargo desde 13 años antes de la fecha en la que supuestamente las habían firmado.
En septiembre de 2003, y a pesar de todas estas evidencias, Cheney afirmó que “la acusación de que Sadam Hussein intentó comprar uranio en África había sido confirmada”.
Se demostró que todo el asunto era un enorme fraude urdido por Estados Unidos y Gran Bretaña y que, evidentemente, lo sabían: ¿Por qué, si no, tardaron meses en entregarlos al máximo organismo de control de la ONU en materia nuclear, la AIEA?
Pero ya era tarde, la maquinaria de la guerra estaba en marcha desde hacía meses y dos semanas después de la declaración de la AIEA en la ONU, y a pesar de ella, se iniciaba la segunda guerra contra Iraq en marzo de 2003.
Otra prueba de las mentiras urdidas por Estados Unidos y Gran Bretaña, se hizo pública el 6 de marzo de 2007 cuando el jefe de gabinete del vicepresidente Dick Cheney, Lewis Scooter Libby, fue condenado por el Gran Jurado Federal por múltiples acusaciones de perjurio y obstrucción a la justicia en relación con la operación del uranio nigeriano. Según los medios norteamericanos otros dos miembros del Gobierno, Karl Rove y Richard Armitage, también estaban implicados en el inmenso fraude perpetrado contra la opinión pública mundial
El proceso confirmó que la historia oficial de que Sadam Hussein había intentado comprar uranio a Níger para producir una bomba atómica, era una coartada para que el Congreso diese carta blanca e iniciar la guerra contra Iraq días después.
El 8 de marzo 2007, la prensa oficialista de la República Democrática del Congo confirmaba ‘útilmente’ que “Más de 100 barras de uranio y una cantidad desconocida envasada en contenedores helmet-shaped, habían desaparecido del centro nuclear de Kinshasa como parte de un amplia operación de tráfico ilegal”.
Días después, el periódico USA Today enfatizaba que el destino de este robo era Irán y que la suspensión de la ayuda técnica de la IAEA a Irán acordada en la reunión de Viena de la AIEA en marzo, era el resultado de su implicación en el escándalo del uranio del Congo. Poco a poco empezaban a tramarse las mismas mentiras utilizadas contra Iraq, ahora para convencer a la comunidad internacional de que Irán es una amenaza para el Mundo Libre.
Aunque no sintamos ninguna simpatía por Ahmadineyad, ni por el régimen de los ayatolás, no podemos estar del lado de los perpetradores de esta nueva mentira. Especialmente los españoles, por haber sido las primeras víctimas de este tipo de maniobras arteras por parte de Estados Unidos.
El hundimiento del buque de guerra norteamericano ‘USS Maine’ en La Habana, el 15 de febrero de 1898, atribuido fraudulentamente a marinos españoles, proporcionó al presidente Theodore Roosevelt, el argumento para declarar la guerra a España al patriótico grito de “Remember the Maine!”
Apoyándose en truculentas mentiras, vertidas, entre otros, por el magnate de la “prensa amarilla” de entonces, Randolph Hearst, caricaturizado por Orson Welles en su excelente película ‘Ciudadano Kane’, los norteamericanos intervinieron en Cuba, Puerto Rico y Filipinas para expulsar a España de sus últimas colonias de ultramar.
La mentira no debe prevalecer, y menos que en ninguna otra parte, donde no debe prevalecer es en la prensa. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, afirmó ayer que “las filtraciones de WikiLeaks ponen de manifiesto que Israel está en lo cierto en su valoración sobre la amenaza que supone para la región el programa nuclear iraní”. Según el mandatario hebreo, los documentos demuestran que Irán constituye una amenaza para Israel. Podemos añadir que, dentro de esta dicotomía, Israel constituye a su vez una amenaza para Irán.
Pero lo que no debe escapársenos a los españoles es que, según esas mismas filtraciones de WikiLeaks, Estados Unidos considera el terrorismo de ETA como “una cuestión doméstica”. Después de embarcarnos en todas sus guerras contra terrorismos virtuales, ahora resulta que contra el terrorismo real de ETA, que lleva cuarenta años asesinando en España, nuestros ‘amigos’ yanquis nos dicen que “es problema nuestro”.
Antes de lanzarnos a apoyar a quienes jamás nos han apoyado en nada, deberíamos tener en cuenta que, hace cuarenta años, cuando España estaba a punto de obtener su bomba atómica, los Estados Unidos también nos consideraban un “país delincuente”. Y que fueron muchos los indicios que vincularon a la CIA, a través de los peones de ETA, con el atentado que costó la vida al gran impulsor del programa nuclear español: el almirante Carrero Blanco, asesinado el 20 de diciembre de 1973.
Y no debemos olvidar tampoco, que no fueron pocos los indicios que señalaban a ETA como coautora, al menos, de los brutales atentados del Once de Marzo atribuidos a un delicuescente integrismo islámico, del que lo único que sabemos a ciencia cierta, seis años y medio después, es que procede de Marruecos; el gran aliado de Estados Unidos en el Magreb.
¿Qué quieren que les diga? Siempre me ha parecido altamente sospechosa esa renuencia de nuestros “aliados” a implicarse en la lucha contra ETA.