Masonería y constitucionalismo desintegrador
Ismael Medina/Reproducción de sus mejores artículos en AD.- Agosto de 2007.- Se da por seguro desde casi todas las esquinas que Rodríguez ganará las próximas elecciones generales. Lo razonable sería que las perdiera por goleada y que el P(SOE) se hundiera al igual que sucedió al PSI de Craxi, pese a que sus errores y mangancias pueden ser catalogadas de pecado venial en comparación con nuestro socialismo funambulesco y sus más notorios dirigentes, Felipe González y José Luís Rodríguez a la cabeza. Rodríguez y su patulea de ineptos segundones han hecho méritos superlativos para que los españoles en masa los corriéramos a gorrazos por las avenidas electorales y las que no lo son. ¿Habremos de admitir de una vez por todas que también en materia política “España es diferente”? ¿O que asistimos a una versión moderna y zarrapastrosa de la legendaria “fidelitas ibérica”?
Al sinsentido de que Rodríguez pueda ganar las próximas generales, pese a haber perdido las municipales en números absolutos, cabe encontrarle muy variadas explicaciones. Proliferan en los medios. Pero al margen de lo que unos u otros escriban, acaso hayamos de buscarla en una cita de Giovanni Sartori. Aunque referida a la realidad política italiana, es aplicable a otros muchos países formalmente democráticos. Y con mayor motivo, a España. Escribe Sartori: “Cualquiera que sea su denominación, esta democracia es en parte una tomadura de pelo y, en parte, la invención de lo que llamamos “democracia ortopédica”: una democracia que nace en un hospital, prefabricada y absurdamente escayolada antes de ser utilizada”.
De la española podría decirse que nacida en un hospital psiquiátrico. Pero importa sobre todo descifrar el origen de la ortopedia para establecer por qué está decidido que Rodríguez y su P(SOE) permanezca otros cuatro años en La Moncloa, aunque el PP le supere en votos, pero sin llegar a la mayoría absoluta.
EL PAPEL DEL CENTRO EN LA “DEMOCRACIA ORTOPÉDICA”
LA “democracia ortopédica” requiere la existencia de uno o más partidos “bisagra” para que se cumplan los objetivos perseguidos por quienes manejan los hilos desde la sombra. Aquellos que ya denunciaba Disraeli en una de sus dos novelas y que los siguen moviendo pese al tiempo transcurrido. El esquema estaba claro: un partido de izquierda, otro de derecha y uno entre ambos, papel asumido tradicionalmente por el titulado de liberal, propicio a arrimarse al izquierdista o al conservador para que formara gobierno, según las circunstancias aconsejaran. Sostiene Sartori que el centro crece cuando izquierda y derecha entran en una estrategia de agreste confrontación. Y que se esfuma cuando uno y otro confluyen en el empeño de una política de moderación que satisfaga las expectativas de la franja del electorado ajeno a filiación inamovible.
La “democracia ortopédica” necesita de ese centro para eludir el riesgo de que las mayorías absolutas se le vayan de las manos y para que el juguete funcione. El sistema suele prosperar en la Europa central. Pero no en la mediterránea. La razones son harto complejas, aunque no deben desdeñarse las diferencias históricas y culturales en uno y otro espacio geopolíticos. La eficaz política neoconservadora de Angela Merkel y el corrimiento hacia el conservadurismo insuflada por Schróder a la socialdemocracia desbarataron el centro liberalista y desembocaron en la coalición de ambos partidos mayoritarios. Se intentó en Francia que no obtuviera mayoría absoluta el partido de Sarkozy mediante la introducción de una cuña de su propio espacio y la promoción mediática de Ségolème Royal. Pero la escasa entidad de la candidata socialista (Carlos Semprún Maura la califica de tonta de remate), el tribalismo en el PSF y el sistema electoral de “ballotage” dieron el triunfo a Sarkozy en las elecciones presidenciales y en las parlamentarias. Sarkozy, es evidente, supo apoderarse del centro al ganarse la confianza de segmentos de electores del lepenismo y del socialismo. Del voto del descontento y de la frustración, en suma. No otra cosa es el espacio electoral del centro.
No han existido tradicionalmente en España partidos de centro que acaparen la función de árbitros en la alternancia en el poder. Algunos otorgan esta condición al lerrouxismo, utilizado por el presidente de la República, Alcalá Zamora, para que no formara gobierno la CEDA, triunfante en las elecciones, y para forzar la impunidad de los cabecillas de la revolución octubre del 34. La posibilidad de un centro fuerte es prácticamente imposible en la actual “democracia ortopédica” española. Lo vedan la Constitución de 1978 y la subsiguiente Ley Electoral. Una y otra otorgaron a minorías extremistas la posibilidad de sostener en el gobierno a uno u otro de los partidos de amplia implantación nacional si no alcanzaba la mayoría absoluta. La paradoja de que los extremos asuman el papel teórico asignado al centro desemboca en el esperpento y en la ingobernabilidad. Y con la consecuencia de la desorientación de los dos partidos mayoritarios, empecinados a un mismo tiempo en ganarse los votos parlamentarios de los extremos y robarse mutuamente un evanescente centro electoral.
LA TRASTIENDA MASÓNICA DEL CONSTITUCIONALISMO ESPAÑOLAPROVECHÉ mi reciente estancia en Santander para recorrer con parsimonia los puestos de la feria del libro usado. Me valgo de uno de ellos (“La masonería”, de Honrad Menué, Ed. G.R.M,, 2004) para subrayar que la devoción masónica de Rodríguez tiene un poso histórico que va mucho más allá de la devoción paranoica hacia al abuelo fusilado tras juicio sumarísimo. Menué dedica un capítulo al desarrollo de la francmasonería en España desde sus comienzos. Uno de los frutos de la revolución de 1868 fue la reorganización del Consejo Supremo del Gran Oriente. “Este Supremo Consejo -recoge Menué- presentó al Gobierno provisional, a mediados de octubre de 1868, una exposición que contenía el programa masónico, con 14 proposiciones en las que se pedía la libertad de cultos, la supresión de las Ordenes religiosas y de las Asociaciones de caridad anexas a ellas; la secularización de los cementerios; la incautación de las alhajas, ornamentos y preciosidades artísticas de las iglesias, excepto de lo estrictamente necesario para el culto, que quedaría en las mismas iglesias bajo inventario y en calidad de depósito; la sujeción al servicio militar de los seminaristas y ordenados in sacris; la reducción de los templos, pasando los demás a poder del Estado como bienes nacionales; la abolición del celibato eclesiástico; el matrimonio y registro únicamente civil, etcétera. Esta exposición pasó a formar parte del programa político del Gobierno provisional”. Llovía sobre mojado. La sucesivas desamortizaciones de bienes eclesiásticos fueron iniciadas por las Cortes de Cádiz, ya infiltradas por la masonería.
Abolidas durante el periodo absolutista de Fernando VII, fueron rehabilitadas por los liberalistas entre 1880 y 1883, para convertirse en cuerpo legal a iniciativa de Mendizábal (1835-1837) y reiteradas por Madoz en 1855. Estas dos últimas alcanzaron asimismo a los bienes de propios de los municipios. Las ventas de los bienes desamortizados, como se sabe, estuvieron presididas por una desalmado corrupción de la que se beneficiaron políticos, allegados, clientelistas, aristócratas, muñidores electorales, funcionarios y arribistas. Los ricos se enriquecieron aún más y surgió al socaire de la especulación una clase de nuevos ricos, una de cuyas consecuencias fue el caciquismo rural. No se cumplieron los objetivos económicos pregonados Nada positivo resultó para un saludable cambio estructural del sector agrario. Pero sí el propósito perseguido contra la Iglesia, con la consecuencia de la ruina y destrucción de una parte considerable del gigantesco patrimonio histórico, artístico y cultural de España, ya esquilmado en parte por los invasores napoleónicos. Las directrices del Consejo Supremo del Gran Oriente de España buscaban redondear el empeño precedente de la masonería. Pareja impregnación masónica prevaleció en la fugaz I República. Y no sólo en materia antieclesiástica. Las instancias federalistas, más o menos larvadas en periodos anteriores, se convirtieron en columna vertebral del nuevo Estado.
Un precedente que dejaría poso y haría luego suyo el socialismo marxista de Pablo Iglesias. Anticlericalismo rabioso, antimilitarismo enfermizo y federalismo a ultranza se convertirían en señas de identidad revolucionaria de la izquierda española. El PSOE acentuaría esas y otras inclinaciones miméticas tras el triunfo de la revolución bolchevique. Pero también el socialismo español sintió la tentación fascista del italiano. El golpe de Estado del general Primo de Rivera, el mismo año que la Marcha sobre Roma del socialista Benito Mussolini, hizo creer a Largo Caballero, siempre ambicioso y oportunista, que al sumarse al mismo tendría la posibilidad de suplantar desde dentro a un Dictador ayuno de un consistente soporte ideológico y sin un partido de masas que lo respaldara. Es una hipótesis que barajo desde hace años y en la que me reafirmo cada vez que la analizo de nuevo. Es cierto que el general Primo de Rivera tendió la mano al PSOE con la intención de embarcar a la izquierda en su apuesta regeneracionista y, al propio tiempo, para oponer la barrera del PSOE-UGT a la muy poderosa base revolucionaria de la CNT. Pero es evidente que los socialistas aceptaron la oferta sin mayores reticencias y sacaron de la colaboración buen provecho patrimonial. Los socialistas, como tantos otros, se anticiparon a la caída de la Dictadura para despegarse de ella y apostar por una nueva República. Reapareció la demagogia marxista de su origen. De un frustrado totalitarismo fascista pasaron al bolchevique. Jacques Bergier (lo he citado en más de una ocasión) anota en “La guerra secreta del petróleo” que derribaron a Primo de Rivera tras la creación de la CAMPSA los mismos que respaldaron su acceso al poder (con el decisivo concurso del monarca, recuerdo yo) en 1923. No creo necesario advertir en qué manos estaba el “cártel” del petróleo, o las llamadas Siete Hermanas, estrechamente ligado al núcleo central de la Orden. Tampoco que el socialismo ha sido tradicionalmente el sector político más numerosos en el seno de la francmasonería.
LA II REPÚBLICA RECUPERÓ LA INFLUENCIA MASÓNICA
CUATRO factores influyeron decisivamente en el contenido ideológico de la II República, nacida de un inequívoco golpe de Estado, y en el contenido de la constitución de 1931: las directrices del Gran Oriente de España, similares a las del Consejo Supremo en 1868; el crecido número de masones en el seno de las Cortes Constituyentes que Molleda cuantifica en 148, con mayoría socialista, y otros autores elevan hasta unos 160; la penetración francmasónica en los cuadros de mando del Ejército; y la necesidad imperativa del socialismo y otros sectores de borrar las huellas de su colaboración con la Dictadura, la cual se tradujo en un obsesivo antiprimoriverismo que lastró aún más las posibilidades republicanas de futuro. No fueron ajenos los trágicos acontecimientos de mayo de 1931 a la siembra de Pablo Iglesias, del anarquismo y de las logias. Tampoco la asunción de los nacionalismos catalán y vascongado, en cuyas entrañas se escondía la hidra del federalismo. Ni la sangrienta revolución de octubre de 1934, fallida a escala nacional, pronto reprimida en Cataluña y muy duro su aplastamiento en Asturias, en el que participó el abuelo de Rodríguez a las órdenes del general López Ochoa, de obediencia masónica, el cual protagonizó por cuenta propia un anómalo pacto con los insurrectos, cuando ya estaban vencidos, que les aseguraba la impunidad, generalizada luego por Alcalá Zamora. Paso por alto el prolongado periodo regeneracionista del régimen de Franco, al que ya me referí en la crónica anterior. Pero no sin anotar, a tenor de lo escrito y de lo sucedido en zona roja, que entraban en la lógica del poder la represión de la masonería y el comunismo, amén de las reparaciones a la Iglesia Católica.
UNA RUPTURA DISFRAZADA DE REFORMA
NO creo ocioso el anterior y sucinto recorrido por la influencia francmasónica en el acontecer político español desde la Guerra de Independencia y la emancipación de las provincias ultramarinas a nuestros días. Pese a sus grandes trazos, explica en buena medida el sesgo de los acontecimientos tras la muerte de Franco. Me refiero a la conversión del proceso de reforma en ruptura encubierta y a la reaparición del hilo conductor masónico en el contenido de la constitución de 1978. Y anoto respecto a la ductilidad y posibilismo socialistas un dato que omití en mi anterior crónica: Felipe González pidió el voto en contra en el referéndum de aprobación de la Ley de Reforma Política, para subirse luego al carro de la democratización partitocrática. Comportamiento que se repetiría más tarde con el de “OTAN, de entrada no”, para más tarde sumarse con obligado entusiasmo al otanismo, haciendo caso omiso de los acuerdos pactados con el PCUS por la delegación del PSOE que, encabezada por Alfonso Guerra, fue enviada a la URSS a poco de su reconocimiento legal.
El constitucionalismo comparado propende a subrayar las influencias de unas de las llamadas cartas magnas en otras, cuyas dos matrices son la norteamericana y la francesa, nacidas de ambas revoluciones en las postrimerías del siglo XVIII. Pero suele ocultarse que el soporte ideológico de ambas provenía del iluminismo, del que la francmasonería es sustancial brazo instrumental. No soy especialista en Derecho Constitucional. El conocimiento de sus fundamentos se los debo a Francisco Javier Conde, mi catedrático de Derecho Político en la Universidad Central, allá por los cuarenta. Junto a Francisco Fernández Vallelado, uno de mis amigos del alma idos, me encargó un estudio comparativo de las constituciones norteamericana, soviética y portuguesa, que luego publicaríamos en el Boletín de los Seminarios de Formación Política del Frente de Juventudes.
Descubrimos, y acaso esa fuera la intención del profesor Conde, la existencia de sustratos comunes en las tres constituciones, pese a la diversidad política de los regímenes de esos tres países. Y es en buena parta esa lejana experiencia la que me ha impulsado a exponer la influencia francmasónica en la azacaneada historia constitucional española, la cual reaparece en 1978, producto de un golpe de Estado puesto que aquellas Cortes no fueron elegidas como constituyentes. Una ilegitimidad de origen que se ha traducido en ilegitimidad de ejercicio a causa de las múltiples violaciones que ha sufrido durante sus 29 años de vigencia. Las notas a pie de página de Mariano Daranas a la constitución española de 1978 (“Las constituciones europeas”. Editora Nacional, 1979) ilustran sobre los precedentes del articulado en otras constituciones y los preceptos de nuevo cuño respecto de nuestro constitucionalismo.
Anota no pocos reflejos de la constitución republicana de 1931 y projimidades con la italiana, no en vano influida por aquélla. Pero aún siendo esto expresivo del continuismo a que con anterioridad me refería, es harto más importante el armazón autonomista que, ligado a la introducción con calzador del término “nacionalidades”, encerraba tras su retórica el virus federalista e incluso confederalista al que ahora asistimos de la mano de Rodríguez. Las trasgresiones constitucionales menudearon desde el primer momento, favorecidas en buena parte por la ambigüedad y las contradicciones en que incurre el articulado. Y también a causa de que, una vez consolidado el sistema de totalitarismo partitocrático, o de “democracia ortopédica”, han prevalecido los intereses de partido sobre los de España y el Estado, no sólo en periodos de mayoría relativa. Asimismo, en los de mayoría absoluta.
EL MONARCA FUE EL MOTOR DE LA RUPTURA
AÚN hoy, pese a la quiebra del sistema, la cual acarrea la de España, persiste la cantinela del consenso de 1977, mediante el cual se perseguía superar los enfrentamientos derivados de la guerra civil y del periodo franquista. Pero cuando se analizan los pormenores del transaccionismo partitocrático y la trastienda de la constitución del 78 se llega a la convicción de que lo actuado fue en realidad un rebuscado encubrimiento de unas directrices de regresión histórica previamente establecidas, como lo fueron en anteriores ocasiones de emulsión pseudodemocrática. He reiterado en algunas de mis crónicas que la clave del tránsito pacífico del régimen pragmático de Franco al presuntamente democratizador radicó, como previó el anterior Jefe del Estado, en la extensa y nueva clase media que éste había creado. Se asistió en realidad a un golpe de Estado desde arriba.
Lo explica con claridad Gonzalo Fernández de la Mora en “Los errores del cambio” (Ed. Plaza y Janés,1987), un libro inapreciable y muy actual, pese a los años transcurridos, del que extraigo esta reveladora cita: “La reforma institucional que Arias había acometido le pareció insuficiente al Rey. En este momento quedó a plena luz que el motor del cambio no era el pueblo, ni los sindicatos, ni la clase política; era, como ha subrayado Areilza, el Monarca. En rigor, fue un cambio libérrimamente otorgado, puesto no era visible ninguna presión ni de las instituciones ni de la sociedad”. Y añade para confirmarlo el relato de su entrevista con Torcuato Fernández Miranda, cuando éste, presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, se afanaba en asegurar el respaldo al cambio.
El argumento esgrimido por Fernández Miranda no dejaba lugar a dudas: “El Rey lo ha decidido y vamos a un régimen pleno de partidos”. ¿Tan “pleno” como el de la II República?, le acosó Fernández de la Mora: “Y me dijo que no consideraba prudente responderme”. Ha resultado, en efecto, tan pleno como el de la II República. Hasta el punto de que encierra no poco de coherencia el hecho de que Rodríguez hable de “monarquía republicana”. Había masones entre los llamados “padres de la Constitución, amén de algún que otro vinculado a la Trilateral y al Bilderberg. Y otros que, sin tales vinculaciones, se dejaron seducir por quienes en la comisión y fuera de ella llevaban la batuta.
La constitución de 1978, insisto, se configuraba como un marco elástico y posibilista para llevar hasta sus últimas consecuencias las directrices básicas de una conspiración que venía de lejos, según he tratado de explicar. Tan de lejos, que incluso habríamos de remontarnos al Conde de Aranda. El tramo final de la conspiración precisaba para consumarlo de un personaje tan manejable, mediocre y sin escrúpulos como Rodríguez. Y de un partido de su misma hechura que le siguiera con igual docilidad que un perrillo faldero. Sin la intervención de las fuerzas ocultas que durante el transaccionismo habían manejado los hilos sería inexplicable que un donsillonesco como Rodríguez accediera a la secretaría general del P(SOE); y luego, “por accidente”, a la presidencia del gobierno.
Pero una legislatura no es suficiente para desarmar por completo al Estado y destripar España, de acuerdo con lo convenido. De ahí que, como decía al comienzo, las mismas fuerzas ocultas que lo auparon al poder necesiten de un segundo mandato de Rodríguez y su caterva de mamones para llevar a término los objetivos perseguidos por el iluminismo desde hace dos siglos.
EL CORSE ELECTORAL FAVORECE A RODRÍGUEZ
EL examen de las cifras de las recientes elecciones municipales y autonómicas conduce a conclusiones ilustrativas: el P(SOE) ha perdido la totalidad de los votos conseguidos tras la artera manipulación del trágico y propiciatorio “accidente” del 11 de marzo de 2004, aunque mantiene su tradicional base electoral; el PP mantiene a su vez un leal soporte electoral, si bien ha dilapidado el amplio segmento de votos que dio la mayoría absoluta a Aznar para su segunda legislatura; los partidos del nacionalismo periférico, los autonomistas de otras regiones e IU también cedieron, aunque en pequeños porcentajes, habida cuenta de su enfeudamiento territorial; la abstención y los votos en blanco o nulos crecieron de manera ostensible y configuran la masa del descontento que para algunos es la cesta del centro, la cual pugnan inútilmente por atraerse los dos partidos mayoritarios y pretenden ocupar iniciativas como Ciudadanos por Cataluña o el que puede surgir en torno al asociacionismo antiterrorista, a las que debería servirles de advertencia el fracaso de la “operación Roca”, a la que Punset prestó ayuda tecnológica desde la sombra; el P(SOE) se quedó atrás en un buen número de ciudades y autonomías clave al tiempo que el PP perdía mayorías absolutas, pero los de Rodríguez se aliaron con los minoritarios para subirse al poder, al igual que en el gobierno central.
Rajoy ha pedido una reforma electoral limitada para que accedan al poder los partidos que logren la mayoría, aunque sea relativa. Un parche, pues el problema es más profundo y exigiría una radical reforma electoral. Pero los constitucionalistas, condicionados por el imperativo federalista escondido en el Estado de las Autonomías, se cuidaron de poner freno a esa posibilidad para cosificar la “democracia ortopédica”. La vuelta atrás tropieza con esa barrera, aunque podría ser derribada al igual que ha sucedido con otros preceptos de una constitución más agujereada que el subsuelo de Castilla por los topos. También los topos invaden hoy la partitocracia y actúan de manera más o menos solapada para que Rodríguez y sus huestes consigan una segunda legislatura y concluyan la tarea de voladura de España.
La perdurabilidad o no de los políticos no depende ya de su gestión en el gobierno o de su capacidad para ejercer una oposición realista y atrayente. Está en manos de los laboratorios de imagen, de la manipulación de las encuestas y de los medios. Es el gran fraude de la democracia actual que denunciaba Sartori. Un teatro del absurdo que encadenas las masas electorales a unas siglas. Hasta el punto de anular en ellas un mínimo atisbo crítico, conducirlas a la aceptación de cualesquiera aberraciones de los dirigentes de su partido y tener al partido opositor como enemigo irreconciliable al que odiar y abatir. Una mentalidad kafkiana que se atribuye a los extremismos de uno y otro signo, sobre todo si se les califica de nazis o fascistas, pero que históricamente es más acusada en la izquierda.
LA CAMISA DE FUERZA MEDIATICA Y LOS TOPOS CONDICIONAN AL PP
EN la “democracia ortopédica” lleva siempre las de ganar el que tiene tras de sí el aparato mediático más influyente. Y ahí reside precisamente la ventaja de Rodríguez y los perros ladradores de que se ha rodeado o le han sido facilitados por concretas logias. Algunos lamentan en la derecha convencional, o de etiqueta, que Aznar y Rato no aprovecharan su mayoría absoluta para cerrar el paso a la expansión de Prisa y no favorecieran la creación de un poder mediático propio. No creo que fuera por torpeza o por exceso de confianza. En ese aspecto fue decisivo el papel de Rato. Y llama la atención que un político tan hábil e inteligente dejara escapar ocasión tan propicia, a no ser que la causa de la inhibición proviniera de que Polanco conociera su flanco débil y le amenazara con ponerlo al descubierto y arruinar su carrera política.
Llama la atención, asimismo, que el vicepresidente de un gobierno derrotado en las urnas se viera catapultado casi de inmediato a la dirección de un organismo internacional tan influyente como el FMI, hígado de la globalización financiera. Y que su sorpresiva renuncia a tan suculento pastel se haya aprovechado de inmediato por unos y otros poderes mediáticos para exaltarlo, junto a Ruiz-Gallardón, como relevo necesario a Rajoy. Rato Ruiz-Gallardón, nunca han ocultado su inclinación hacia el llamado “centro progresista”. O sea, capitalismo liberalista a ultranza e izquierda tópica en lo demás, incluído un laicismo de vieja estirpe. Algo así, frente a Rodríguez, como un alternativa socialdemócrata ilustrada.
El problema del PP es equivalente al que sufre “ABC”. El órgano monárquico padeció una grave crisis financiera como consecuencia de las aventuras expansivas de Torcuato Luca de Tena. Luís María Ansón logró remontar la crisis. Pero sin restar a Ansón méritos periodísticos, conviene recordar que la desaparición de “El Alcázar” y de “YA” llevó a “ABC” una masa de lectores que apenas si tenían otra opción. Muchos de ellos se fueron tras de él a “La Razón” cuando el diario, ya sólo facialmente çorgano monárquico, cayó en manos de Vocento y empezó a vérsele el plumero vasquista y centroprogresista. Determinadas incorporaciones de firmas que exhalan resentimientos personales o ideológicos hacia el PP, Rajoy y algunos de sus dirigentes, han favorecido una creciente huida de lectores cuya entidad ya ha provocado severas tensiones internas entre sus accionistas mayoritarios.
También “El Mundo” se ha visto favorecido por la regresión de “ABC” al mantener una acusada línea editorial contra el P(SOE), Rodríguez y los nacionalismos secesionistas. Pero Pedro J. Ramírez sólo es partidario de sí mismo y de sus nada desdeñables intereses, además de que su socio italiano milita en la orilla progresista, inclinación que es claramente perceptible en “El Mundo” fuera del ámbito de la confrontación partitocrática.
Aunque todavía de manera un tanto soterrada, “El Mundo” comienza a virar hacia la condescendencia con Rodríguez y as despegarse de Rajoy, sea por intereses personales de Pedro. J. Ramírez o por ocultos imperativos. Rajoy y el PP afrontan una encrucijada electoral asaz problemática y un tanto pareja a la de “ABC” antes relatada. Ni con Rato ni con Ruiz-Gallardón arrancará el PP votos al P(SOE), cuyos electores defraudados se irán a la abstención; o a IU los más radicales. Rato y Ruiz-Gallardón acentuarán el rechazo de un sector del electorado conservador, buena parte del cual se refugiará en la abstención, harto de votar al PP, “tapándose las narices”, para que no gane la izquierda socialista.
Mal que pese a determinados columnistas que “ABC”, la única posibilidad electoral de crecimiento que se ofrece al PP es la de rescatar los votos que se le han ido a la abstención. Y para conseguirlo, pese a tener en contra la gran masa del poder mediático y financiero, habrá encontrar una respuesta congruente de índole patriótica, moral y social a las aspiraciones de esa gran masa de electores defraudados que aman a España y están contra la deriva estatutaria en la que torpemente han entrado los populares. Este y no otro es el centro a ganar en toda España. Temo, sin embargo, que puedan más la presión equívoca de los medios y los topos introducidos por la masonería en sus estructuras.
Esto es lo mismo que dice un libro que me acabo de leer que se llama LA TESIS PROHIBIDA lo cuenta como en una novela, es de un nieto de Blas Piñar, el que va a VEO 7 que los tiene muy bien puestos…