El pisito de Zapatero
De verdad que aquí va a vivir el presidente? Te estás quedando conmigo… Es muy cutre, ¿no?». Álvaro se parte de risa. Es un chaval de 12 años que ha venido desde Extremadura con su clase a conocer Madrid. La noticia corre como la pólvora entre la ruidosa manada de jóvenes que se pierde pronto en la plaza de Ópera, a los pies de la casa del matrimonio Rodríguez-Espinosa, el pisito en el que vivirán temporalmente cuando abandonen el palacio de La Moncloa, las cuberterías de plata, los tapices, la vajilla de porcelana fina y los Miró en las paredes.
El apartamento, recién reformado, forma parte de la herencia materna de Sonsoles Espinosa y no tiene más que 56 metros cuadrados repartidos en tres habitaciones: está tasado por las inmobiliarias que conocen la zona en 255.000 euros aproximadamente. Es mínimo e interior. Es decir, en lugar de los jardines de La Moncloa donde conviven 114 especies, verán el patio, las cocinas y los aires acondicionados de los vecinos. Así que aquí se instalarán con sus dos hijas mientras en Eras de Renueva (León) terminan de construir el chalé en el que montarán su hogar, donde Sonsoles podrá por fin descansar de la vida en la capital, que siempre le ha resultado incómoda, asfixiante, casi insoportable. El apartamento del barrio de Ópera es práctico, está en el centro, a dos pasos del Teatro Real en el que canta ella y de la sede del Consejo de Estado, donde él ingresará con un sueldo vitalicio de 71.000 euros.
El piso está situado en la calle Arrieta, plaza Isabel II, conocida como Ópera, un barrio ‘bien’, tanto que en el bar de abajo – ese en el que Rodríguez Zapatero comprobará que el café cuesta 1,50 y no 80 céntimos- no tienen claro «cómo se relacionará con el vecindario». El sitio es «un feudo tradicional de la derecha», explica Joaquín, el propietario, una institución en la zona. El otro referente es el almacén chino, en el que la dueña -que nunca dice su nombre- no sabe pronunciar ‘Zapatero’. Si se le explica que es el presidente, piensa diez segundos y responde lacónica: «Si él pagar…»
La línea de pensamiento del barrio se intuye en la fachada de la casa. Cuesta creer que el artífice de la Ley de Memoria Histórica vaya a vivir en un edificio en cuya fachada hay una placa enorme con el yugo y las flechas en recuerdo de José García Vara, un ‘mártir’ de Falange Española, panadero asesinado en 1935 en ese mismo edificio.
El sitio tampoco es la meca de la privacidad. Los Rodríguez-Espinosa se mudan a un set clásico de los paparazzi de Madrid, apostados con sus motos a la espera de cazar imágenes de alguno de los actores y famosos que residen en la zona, entre ellos la cotizada Tamara Falcó.
Los vecinos conocen la noticia desde hace meses. Saben, al margen de consideraciones políticas, que a partir de ahora vivirán más seguros. En la puerta pululan agentes de policía vestidos de paisano. Hace semanas que controlan cualquier detalle y conocen al dedillo los nombres y la procedencia de todos los que allí viven, entre ellos el embajador español en Londres, Carles Casajuana. Días atrás reunieron a los vecinos del edificio para proponerles un plan de seguridad, que incluía una garita para los agentes. No todos estaban de acuerdo y la propuesta se descartó.
En la tienda Hazen de música, de la que es clienta Sonsoles Espinosa, entraron a robar hace una semana. Esperan que no vuelva a repetirse. Tendrán que sufrir, a cambio, los cortes de conexión de los datáfonos de las tarjetas de crédito con las que los clientes pagan sus compras, anulados por los inhibidores de frecuencia que usan los escoltas de los altos mandos. Todo no es perfecto.