Rajoy: Hacia el triunfo por el tesón
«El que resiste gana». Mariano Rajoy ha hecho suyo este aforismo del escritor Camilo José Cela. Tesón no le falta a este gallego tranquilo y de aguante, que vio cómo se esfumaba el triunfo en las generales de 2004 cuando tenía pie y medio en Moncloa, que recibió un duro golpe cuatro años después y que ahora cuenta los días que le quedan para alcanzar la presidencia del Gobierno.
Ha soportado durante todo este tiempo, como líder de los populares, embates y desplantes desde muchos flancos de su partido. Pero aguantó y echó por tierra la imagen de hombre débil, acomodaticio y que huye de los conflictos. Entró en la pelea cuando hizo falta; escuchó críticas y mandobles como quien oye llover, y ni siquiera broncas y reconvenciones resquebrajaron su convicción de seguir adelante. Con la oposición ha mantenido un discurso firme. Y con los suyos, también.
El contexto y todos los augurios demoscópicos vaticinan que a la tercera irá la vencida. Mariano Rajoy, que ha repetido en más de una ocasión que las elecciones, más que ganarlas, siempre las pierde el rival, cuenta con un caudal de apoyos sin precedentes en la historia del PP. El dirigente conservador lleva dos años ganando encuestas y elecciones, aunque los españoles siguen sin considerarlo un líder sólido. De hecho, en en los sondeos del CIS sigue quedándose lejos del aprobado. Un hecho al que suele restar relevancia recordando que él fue uno de los ministros mejor valorados en los ejecutivos de José María Aznar.
Sus adversarios políticos han intentado disfrazarle de casi todo. De un don Tancredo que solo se ha dedicado a esperar y a ver qué pasaba con su rival, como clara metáfora del inmovilismo, hasta de un «haragán» incapaz de arrimar el hombro para sacar a España de la crisis.
Rajoy, cumpliendo a rajatabla una de sus máximas políticas, nunca ha entrado al trapo. Centró su discurso en los «problemas reales» de la gente y lleva dos años hablando de desempleo, apropiándose poco a poco de un espacio y de unos votantes a los que el PSOE, con sus medidas de ajuste, había dado la espalda. Se ha curtido en mil batallas desde que en 1981 debutará en lo público como el diputado más joven del entonces flamante Parlamento gallego. Después lo ha sido casi todo: concejal del Ayuntamiento de Pontevedra, presidente de la Diputación, diputado del PP por Pontevedra, director general de Relaciones Institucionales de la Xunta, vicepresidente de la Xunta, ministro de Administraciones Públicas, ministro de Educación y Cultura, ministro del Interior, y vicepresidente primero del Gobierno y ministro de la Presidencia.
Un señor «normal» y «de provincias»
Señalado por el dedo de Aznar, se convirtió en el candidato a la Presidencia del Gobierno en 2004. La victoria parecía segura, el PP gobernaba con mayoría absoluta en el Parlamento y no había precedentes de una derrota para un partido que disponía de semejante respaldo. Lo tenía todo a favor. Pero en su destino se cruzó el 11-M y, con los atentados, el descalabro en las urnas. El revés más serio en una trayectoria de rosas. Ni siquiera el fracaso en los comicios de 2008 fue comparable a aquella desilusión. Tal fue el impacto del descalabro que en una cena en la madrileña Casa de Campo de aquel caluroso verano de 2004 se sinceró: «Si pierdo las próximas elecciones me voy y dejo paso a Alberto Ruiz-Gallardón». Una confesión que luego borró de su disco duro.
Olvidos al margen, el caso es que Rajoy afrontó una áspera travesía del desierto de cuatro años con el traje de líder de la oposición, pero el terno no estaba hecho a su medida. Aznar se encargó de que las costuras fueran ceñidas y colocó a Ángel Acebes y Eduardo Zaplana para que no se descosieran. El resultado fue una oposición bronca y sin cuartel, alejada del estilo del político que cuando era presidente de la Diputación de Pontevedra invitaba a comer «bien» a los alcaldes y altos cargos a los que después debía dar una mala noticia o destituir.
¿Por qué aceptó esas cortapisas? Es una pregunta a la que aún no ha dado respuesta, si bien ha aceptado de forma implícita que los hechos fueron así. Tras el varapalo del 9 de marzo de 2008, admitió que el que tuvo no era su equipo ni la estrategia opositora era la suya, y que a partir de ahí iba a hacer lo que no hizo hace cuatro años. Es decir, bregar con los suyos y ganar o perder con sus ideas, pero no vivir con las hipotecas del pasado.
Rajoy, que gusta definirse como un señor «normal» y «de provincias», de 56 años, casado, con dos hijos, amante del deporte -para verlo, no practicarlo-, solventó en Valencia un congreso determinante que no resultó ser un infierno augurado por algunos, pero tampoco un paseo militar. Y además de salir vivo del cónclave, lo hizo blindado. Una reforma estatutaria posibilitó que además de ser presidente del partido fuera el candidato del PP para las elecciones de 2011.
Rajoy afronta esta campaña electoral flanqueado por un partido que se parece muy poco al que heredó de Aznar en 2000. Ni siquiera se escucha ya que el expresidente tenía más carisma. Ahora es el PP de Rajoy, una formación que quiere instalarse para siempre en el centro ideológico para que puedan votarle, indistintamente, los más acérrimos conservadores y hasta los desencantados del socialismo. «Aquí caben todos», repite una y otra vez.
Apostó fuerte por la renovación de todos los presidentes regionales de su partido, algunos acomodados ya en la derrota frente al PSOE, y los resultados le han dado la razón. El último escollo lo solventó en julio, cuando mostró el camino de la dimisión a Francisco Camps. Una decisión que sopesó hasta la saciedad, para deseseperación de algunos de sus más estrechos colaboradores que temían enfrentarse a las urnas con un presidente autonómico condenado por corrupción, «aunque fuera por cuatro trajes», apostillan en Génova. La campaña electoral, dicen algunos, le sobra. Para muchos ya actúa como presidente ‘in pectore’.