Representantes de la casta belga, con el rey títere en primer plano, de espaldas.

Imagínese el lector por un momento a un hombre de raza blanca al que se pudiera vincular con algún grupo derechista europeo. Imagineselo disparando su fusil automático liviano (FAL) sobre un concurrido grupo de musulmanes que aguardaba para entrar en una mezquita pongamos de Lieja. Imagínese por un instante que la Policía belga hallase en casa del asesino un arsenal de armamento, desde fusiles de asalto a granadas, adquiridos en países totalitarios cuyos ideales homicidas le servían de nutriente.

Imagínese que en el ordenador del magnicida se hubiesen hallado abundantes pruebas de su vinculación con grupos que defendieran la necesidad de atentar contra la vida de musulmanes. Imagínese a continuación la primera plana de los periódicos al día siguiente, las cabeceras de los informativos, las condenas del Parlamento Europeo, los rasgamientos de vestidura de Zapatero, la visita de condolencia del rey de los belgas a la principal autoridad islámica de su país. Imagine ahora que el protagonista de nuestra historia, en vez de ser un ciudadano belga, blanco, cristiano y autóctono, se llamase Nordine Amrani, fuese de origen magrebí y estuviera vinculado a un grupo salafista. Pues no siga imaginando porque la cruda realidad vuelve a ser la que ha sido siempre. Al menos desde que la casta política y la masonería europeas, en feliz consorcio, establecieran las bases de este racismo antieuropeo, de este relativismo antropológico y de este caos multicultural que lo inunda todo.

La historia ya la conocen ustedes. El islamista magrebí antes mencionado asesinó ayer a cuatro personas -entre ellas a un niño de pocos meses- e hirió a más de un centenar en el centro de Lieja, lejos de los barrios ocupados masivamente por inmigrantes de confesión musulmana. La noticia no ha merecido la atención de una sóla portada de ninguno de los grandes diarios europeos, a diferencia del aparatoso despliegue informativo dedicado a los atentados de este verano en Oslo. Con una diferencia sustancial: el atentado de Noruega convenía a la estrategia de los apóstoles de la multiculturalidad y en cambio el de Bélgica no.

¿Dónde están hoy los defensores de los derechos humanos, las cejijuntas protestas de los editorialistas progres? ¿Dónde están las mañas y ligerezas de las ONG antirracistas, la protesta internacional de actorcetes millonarios, de escritores humanistas, de pacifistas engolados, de buenistas redomados? ¿Dónde se metieron?

¿Qué fue de tanta indignación como exhibieron con el crimen de Oslo, cometido por un masón con disfraz de derechista antimusulmán de opereta? ¿Por qué esa terca obsesión de la casta entreguista por emboscar al asesino magrebí tras el disfraz de un simple delincuente común, como si los delincuentes comunes se dedicasen también a coleccionar en casa todo un arsenal de guerra? ¿Por qué la renuencia de los medios a identificar al asesino con la religión que profesaba y la zona del mundo de la que procedía? ¿Quién intentó hoy que el Parlamento Europeo suscriba un comunicado de fingido repudio a las ideas criminales de Nordine Amrani, como se hizo entonces? ¿De qué turbia madre nacieron esos progres españoles que toleran la barbarie si la barbarie se comete en nombre del islam? ¿De qué turbio padre nacieron esos derechistas liberales españoles que colaboran en disfrazar la barbarie por el miedo insensato a ser tachados de islamófobos por la izquierda asesina?

No es cierto, como se ha dicho, que las organizaciones islámicas vayan a ser dadas de baja del registro de entidades civiles de los ministerios europeos de Interior, a causa de su violenta hoja de servicios. Tampoco es cierto que los cancilleres de la Unión Europea cursaran telegramas de protesta al Estado saudí por fomentar en las escuelas coránicas las peores taras de individuos como Nasrine. Tampoco es verdad que un telegrama dirigido al pistolero atómico que gobierna Irán se depositara en ventanilla indicando la conveniencia de que una comisión de Derechos Humanos de la ONU investigue sus tropelías.

Tampoco nos extraña que a estas alturas no se haya dicho que el terrorista de Lieja era un asiduo de las mezquitas más radicales, pero todo se andará. Cuando el atentado de Oslo, no habían transcurrido ni doce horas y ya conocíamos, con pelos y señales, las aficiones de Anders Behring Breivik, los gustos culinarios de Anders Behring Breivik, las andanzas curriculares de Anders Behring Breivik; la biografía del padre, la madre y hasta el abuelo de Anders Behring Breivik; la ropa interior que gastaba Anders Behring Breivik y hasta el contenido de la correspondencia digital que Anders Behring Breivik mantenía, cómo no, con supuestos grupos ultras europeos.

Tampoco es cierto que los jardines del Palacio Real de Bélgica aparecieran esta mañana con aire de granja avícola, cubierto el cesped de blancas gallinas orladas con el símbolo de la escuadra y el compás; ni siquiera es verdad que un cartel sujeto a la verja dijese: “Odia a los criminales islámicos y compadece a los belgas”. De fuente bien informada se niega que los gobiernos de Holanda y Francia hayan recibido una cesta de huevos, regalo de los identitarios flamencos al jefe de Gobierno más bajo del mundo y al cursi del ‘cornigabacho’. Igualmente se ha desmentido el rumor de que Mariano Rajoy haya sido visto con los Geos echando doble cerrojo a la oficina madrileña de la Alianza de las Civilizaciones y deteniendo a todos sus ocupantes.

Lo primero que hay que hacer es informar verazmente, ya se sabe. Esto es lo que debería publicar hoy la prensa europea, si Europa existiese y si buena parte de la prensa europea tuviese vergüenza: “Orden de captura de la casta, estrábica, entreguista, miserable, traidora y mentora de la banda de asesinos que anda a la caza de infieles. Cualquier persona decente que se la encuentre, deberá disparar electoralmente sobre esa casta rabiosa hasta darle muerte política, por directa responsable de un asesinato múltiple y por querer conducir a un continente libre, pacífico y trabajador hacia los horrores de la yihad. Que Dios maldiga al primer ministro belga, a su rey masón y a todos sus cómplices europeos”.

Pero como la mayor parte de la prensa europea olvidó su dignidad hace muchos años, este anuncio no se publicará nunca.