Hoy se cumplen 38 años del asesinato de Carrero Blanco
D. Martínez.- Se cumplen hoy 38 años del atentado que costó la vida al presidente del Gobierno Carrero Blanco, a su conductor y a un escolta, perpetrado por el «comando Txikia» de ETA, que en un primer momento había planeado secuestrar al almirante y canjearlo por los presos
«No puede ser sino una acción llevada a cabo por unos elementos aislados». Con estas palabras, el presidente del Gobierno vasco en el exilio, Joseba Leizaola, se resistía a admitir que «los hijos descarriados» del nacionalismo vasco hubieran perpetrado el magnicidio que costó la vida al almirante Luis Carrero Blanco, a su conductor y al escolta. Un atentado del que hoy se cumplen treinta y ocho años. Desde entonces, ETA ha asesinado a más de 800 personas, la inmensa mayoría tras la muerte de Franco y el PNV sigue negociando con la banda.
Las circunstancias jugaron a favor del «comando Txikia» en su objetivo de asesinar al número dos del Régimen, «el Ogro». En noviembre de 1972 «alguien» informa a la dirección de ETA de que que el Almirante acude a diario a misa de 9 de la mañana en la iglesia de los Jesuitas, en la madrileña calle Serrano. A principios de diciembre, dos terroristas enviados a la capital de España comprueban, en las páginas amarillas, que reside en el número 6 de la calle Hermanos Bécquer. Después, sobre el terreno, confirman la veracidad de la información. La rutina del hombre llamado a garantizar la continuidad del régimen, una vez muerto Franco, choca con las elementales normas de seguridad. Su puntualidad es más que británica: lunes, martes, miércoles, jueves y viernes entra al recinto por una de las puertas laterales, entre las nueve y las nueve y un minuto. Tras la ceremonia, regresa a casa, en un Dodge negro, con matrícula PMM, siempre utilizando el mismo itinerario: Serrano, Juan Bravo, Claudio Coello, Diego de León y Hermanos Bécquer. Y, siempre, con la misma comitiva: el conductor y un escolta. A partir de enero, la presencia etarra en Madrid se eleva ya a cuatro activistas.
Una «jaula» para «el Ogro»
A la vista de lo accesible que resulta el almirante, ETA decide planear su secuestro, con el objetivo de canjearle por todos los presos, terroristas y políticos, que tengan penas o peticiones fiscales superiores a diez años. Los etarras darían un plazo de 48 horas y si no se aceptaban las condiciones, el propósito es asesinarlo. Para materializar el secuestro, la banda emplearía a no menos de 16 activistas, 8 dentro del recinto y otros 8 fuera, con misiones de llevarse al almirante, reducir al escolta, controlar a las personas que se encontraran en las inmediaciones y cubrir la huida. ETA había alquilado seis pisos, incluida «la jaula», destinada exclusivamente a ocultar al rehén.
Pero a finales de mayo, unos delincuentes irrumpen en la «jaula» con la intención de robar. A los etarras se les plantea la posibilidad de denunciar el hecho pero se quitan de en medio. El 9 de junio, Carrero es nombrado presidente y se le agregan tres escoltas más. Demasiados para neutralizarlos en tres minutos, como habían previsto en un principio los etarras. En noviembre, la dirección desiste del secuestro y opta por asesinar al «Ogro».
De nuevo, todo se torna a favor de los terroristas. Uno de los etarras se hace pasar por escultor, para justificar los ruidos, y alquila un semisótano en el número 104 de la calle Claudio Coello. El 7 de diciembre comienzan a excavar un túnel que debe de llegar hasta el centro de la calzada. Será en forma de «T». Se trata de colocar dos cargas en cada uno de los extremos del palo transversal y una tercera en el centro. En total, 75 kilos de dinamita goma. El 15 de diciembre finaliza la excavación.
El atentado se planea para el día 20, al considerar ETA que se habrá rebajado la vigilancia policial provocada por la visita, un día antes, de Kissinger.
«¡Gas!, ¡una explosión de gas!»
El 19, los etarras, vestidos con buzos de electricistas para no llamar la atención, despliegan el cable para accionar el mecanismo a distancia. Hasta el mismo día 20, a las siete de la mañana, no se colocan las cargas. Después, los etarras estacionan un vehículo Austin 1300, color beige, en doble fila, en la misma calle Claudio Coello, para indicar el momento en el que el «Ogro» pase justo encima de las cargas y, además, con la finalidad de obligar a reducir la velocidad de la comitiva.
La explosión, que envuelve en humo y fuego el coche del presidente y lo hace desaparecer, impresiona a los terroristas que, con los buzos de electricistas, corren al grito de «¡gas!, ¡gas!, ¡una explosión de gas!», para desorientar a los transeúntes y a la Policía.
Las comunicaciones internas que se cruzan entre los mandos policiales y los coches patrullas y camuflados que acuden a la zona reflejan el caos. Transcurren los minutos, que se hacen eternos, y nadie puede localizar el vehículo de Carrero. «R22», clave del mando de la Policía Armada, pide a «H20», uno de los patrullas, información de lo ocurrido.
«Pregunte si al presidente del Gobierno le ha ocurrido algo».
«Los funcionarios del coche de escolta han resultado heridos y estamos tratando de localizar el coche del señor presidente y a él, como es natural…», responden nerviosos los agentes.
Aumenta la confusión, ya que las patrullas comunican que Carrero no ha resultado afectado y ha abandonado la zona. Pero nadie lo localiza. En medio del caos, el mando, enfadado, insiste:
«A ver si pueden enterarse por ahí si el coche del señor presidente del Gobierno está por allí volando, puesto que no sabemos nada y pasaba por allí hacía unos momentos…Cambio».
«No se preocupe. Trataremos de enterarnos. Cambio», le responden desde los coches policiales desplazados a la zona.
«Mandado al tejado»
La tensión sube y el número dos del Régimen no aparece.
«Acercaros al domicilio del señor presidente y ver si ha entrado, si está el coche en la puerta».
Minutos después, que son eternos, un «Z40» comunica:
«Dicen de un coche al que le ha cogido la explosión de lleno y lo ha subido hasta la azotea…».
Instantes después, ««K20» precisa:
«Parece ser que el coche que ha sido mandado al tejado es el del presidente».
«H20» lo confirma:
«Efectivamente, el coche que han subido a la azotea es el que llevaba al presidente, que ha resultado muerto…».
El murió “al pié del cañón” y recién comulgado.
Roguemos por no morir nosotros “a los piés de los caballos” y renegados.