Un grupo de estudiantes reivindica el derecho al niqab en una universidad de Túnez
Ellos se dejan crecer la barba. Ellas se cubren el rostro. No son muchos pero están consiguiendo armar un buen jaleo en Túnez, justo cuando se cumple un año de la revolución que depuso a Ben Ali y el país intenta estabilizar la transición, todavía frágil. Los chicos, una veintena de estudiantes, llevan casi un mes encerrados en la facultad de Letras, Artes y Humanidades de la Universidad de Manuba, una de las más importantes del país. Afirman que no se irán hasta que consigan lo que exigen: que les habiliten una sala de oración en el campus y que se autorice a las chicas a asistir a clase con velo integral.
“No es una cuestión de religión, es una cuestión de derechos. Hicimos una revolución contra la dictadura y por las libertades”, afirma Sufien, uno de sus líderes, sentado a sus anchas en el vestíbulo, que acoge las oficinas del decano, que ha suspendido la actividad hasta nuevo aviso.
La universidad de Manuba está situada en las afueras de la capital y acoge a más de 26.000 estudiantes, un 60%, mujeres. El recinto universitario se vació a principios de diciembre a causa del encierro. Los tiempos han cambiado, y mucho. La policía de Ben Ali se retiró de los campus tras la revolución y en la facultad de Letras sólo hay un conserje, que abre la puerta tras consultar a los acampados. Ahora son ellos los que mandan y sus colchones atestiguan que no piensan rendirse pronto. Tampoco el decano y el consejo de la facultad, que consideran que la libertad académica está en jaque y denuncian la pasividad de las nuevas autoridades con lo que está sucediendo.
La confrontación entre estos estudiantes y la dirección de la Facultad no es anecdótica; para muchos ha puesto de relieve uno de los temas más complejos que deberá resolver la nueva democracia: el lugar que debe ocupar la religión en la sociedad. “Lo que pasa en Manuba es grave, es un intento de imponer la ley de una minoría con el pretexto de la legitimidad islámica. Y para mí no hay legitimidad islámica sino democrática y de la ley”, afirma la periodista y activista de derechos humanos Sihem Bensedrin.
La amplia victoria de Enahda en las elecciones a la asamblea constituyente ya mostró que el islamismo político es fuerte. Se impuso con un porcentaje de votos mayor del previsto, 41%, que algunos consideran inquietante. Así lo cree el juez disidente Mojtar Yahyaui, rehabilitado en la magistratura tras diez años de ostracismo. “Para que haya una democracia en Túnez hace falta más de un partido. Si no volveremos al mismo sistema, y si ese partido dominante es islamista, es más grave, porque puede transformarse en un movimiento islamista y que los intereses religiosos dominen los políticos. En el interior de Enahda hay también gente muy extremista”, afirma.
Los estudiantes de Manuba pertenecen a una corriente, el salafismo, ultraortodoxo y rigorista, que es minoritaria en Túnez y algunos creen que está impulsada y financiada desde el extranjero, ya sean los países del Golfo o integristas afincados en Europa. “El niqab es un fenómeno importado. Los salafistas que estaban en Europa y que antes no podían venir están aquí son más radicales que los tunecinos. La democracia está abierta y su lado positivo es también su fragilidad: está abierta a todos y estos elementos intrusos se aprovechan de la situación para imponer su punto de vista”, sostiene Bensedrin.
No está claro si la protesta de Manuba ha sido espontánea o dirigida, pero la prensa tunecina señala a un predicador como su líder. Los estudiantes parecen bien organizados y empapelado el decanato con pegatinas con el dibujo de una mujer con niqab y el lema, escrito en árabe e inglés: “No puedes hacerme libre si me quitas mis derechos. Resisto”.
El conflicto empezó en noviembre, después que el consejo de la facultad prohibiera el velo integral en el recinto. Hasta entonces, se había hecho la vista gorda. El día 28, un centenar de estudiantes, algunos ajenos a la universidad, irrumpieron en las aulas con cierta violenta. Las protestas y las intimidaciones a profesores se sucedieron, hasta que el 6 de diciembre y después que no se permitiera examinarse a una chica si no se descubría el rostro, impidieron de malos modos que el decano accediera a su despacho.
“Desde el 14 de enero estamos viendo una suerte de venganza contra la represión”, opina Lilia Weslaty, bloguera, activista de derechos humanos y periodista en el blog colectivo Nauaat, que estudió en Manuba y recuerda el acoso que sufría una amiga suya que iba velada. Hasta 30.000 miembros de Enahda fueron encarcelados y algunos de los integrantes del gobierno que ha formado estuvieron en el exilio o en prisión, como el primer ministro, Hamadi Yebali, y el titular de Interior, Ali Layaredh. Cubrirse el cabello con el velo estaba prohibido por ley y llevar barba bastaba para despertar la suspicacia de la policía secreta. “En tiempos de Ben Ali, yo no me atrevía ni a decir que rezaba”, asegura Sufien.
“Los barbudos no existían. Si querías dejarte crecer la barba, lo hacías en prisión”. María, una de las ocho universitarias de la facultad de Letras de Manuba que apoya la acampada, recuerda cómo hace dos años la policía le arrancó el hiyab yendo por la calle. “Antes no podíamos llevar nada que tuviera conexión con el islam. Tras la revolución me puse el niqab y me sentí feliz de tener derecho a hacerlo; no esperaba tener problemas”, dice mientras se acomoda con una mano enguantada la rígida prenda que se le mete en los ojos cada vez que sonríe.
Un año después de la huida de Ben Ali, la abundancia de velos es uno de los signos más visibles del cambio en las calles, aunque en los últimos años se había relajado la presión. “Quizá lo que ha cambiado es que lo llevan también escolares, de 12 a 18 años”, explica Fatma, profesora de Informática de secundaria.
El caso de Manuba ha puesto a la sociedad tunecina ante un dilema que deberá resolver. Yahyaui cree que el problema se está amplificando y considera que es mejor hacer concesiones que alimentar un escándalo. “Soy profesora –afirma Fatma, – y no puedo aceptar que una alumna lleve en clase el niqab, pero cuando salga puede hacer lo que quiera. No me preocupa; las tunecinas han evolucionado mucho y pueden escoger; tenemos esa libertad”.
Para Lilia Weslaty, el asunto es más complejo y potencialmente peligroso, no para las mujeres, sino para el país: “Esta estudiante del niqab, ¿será la Helena que dividirá Túnez y creará la discordia entre los tunecinos?”, se preguntaba hace unos días en un post de su blog TunisiaRes.