OTAN, la estrategia de la tensión
Las conspiraciones gubernamentales, a través del amparo que les brindan conceptos tan difusos y discutibles como los de “seguridad nacional” o “secreto de Estado” hacen prácticamente imposible una investigación judicial, periodística o de cualquier otra índole. Normalmente, cuando los documentos son desclasificados por los distintos gobiernos, treinta, cincuenta o setenta años después de haberse producido los hechos, no suelen interesar ya al gran público, salvo a unos cuantos historiadores e investigadores especializados.
Por supuesto, el primer objetivo de cualquier conspiración es convencer al resto de la sociedad de que no existe tal conspiración. Pero en el caso de la red Gladio y el terrorismo practicado en Europa en las últimas cuatro décadas por diversos grupos terroristas, los indicios son lo suficientemente claros como para desestimarlos. En 1990, unas declaraciones del primer ministro italiano Giulio Andreotti, desataron un gran escándalo político al confirmar éste que durante dos décadas una organización terrorista conocida como Gladio había actuado en Italia y otros países europeos auspiciada por la OTAN.
El objetivo de esta organización paramilitar habría sido el de desestabilizar a diversos gobiernos europeos, a través de brutales actos terroristas, para crear un estado de tensión permanente que les hiciese más vulnerables con vistas a facilitar una mayor influencia política de los Estados Unidos. Para muchos analistas independientes, la última operación llevada a cabo por esta organización terrorista habría sido la colocación de las bombas en los trenes de Madrid el 11 de marzo de 2004.
El objetivo: provocar la caída del gobierno conservador en España y facilitar el acceso al poder de un gobierno más maleable con vistas a acelerar el proceso de consolidación de la Unión Europea como realidad política supranacional. Varios políticos europeos que se han mostrado reacios a ceder amplias parcelas de soberanía nacional a Bruselas han desaparecido de forma violenta: el holandés Pym Fortuyn en 2002, Jörg Haider en Austria en 2008 y Kaczynski, el presidente polaco, en abril de 2010. Las investigaciones sobre los atentados del 11 de marzo de 2004 se frenaron en seco y la sociedad española corrió un tupido manto de silencio sobre el asunto.
Nadie quería saber más, todos preferían conformarse con las explicaciones oficiales, llenas de lagunas e incongruencias, todos deseaban pasar página: lo que se escondía detrás de los atentados de Madrid era demasiado monstruoso como para ponerlo en conocimiento del gran público. ¿Qué sucedería si se descubriese que los autores intelectuales de la masacre no fue un grupo de activistas marroquíes de Al Qaeda, sino la CIA? Hoy sabemos que el atentado que costó la vida a Carrero Blanco en 1973 estuvo planificado por la CIA, y que detrás de la intentona golpista del 23 de febrero de 1981, estuvieron también los servicios secretos norteamericanos. Pero claro, esto interesa ya a muy pocas personas.
Los atentados de los trenes sirvieron para dividir a la sociedad española, cuando deberían haber servido para unirla y preguntarse quién la había atacado de aquella forma tan brutal y despiadada. Los atentados del Once de Marzo, como otros que se ejecutaron en Europa en las dos décadas anteriores, señalan no sólo a unos servicios secretos extranjeros liderados por Estados Unidos, sino a elementos de las propias fuerzas de seguridad del Estado, cuya participación es imprescindible para lograr el éxito final de la acción terrorista y después lograr encubrirla.
Según la propia historia oficial de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, cuyo acrónimo en español, portugués y francés es OTAN (en inglés North Atlantic Treaty Organization, NATO), ésta es una estructura político-militar internacional creada con el objetivo de organizar la defensa de Europa ante la supuesta amenaza de invasión por parte de la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial. La sede de la OTAN se encuentra en Bruselas y la de su comando militar (SHAPE) en Mons, también en Bélgica.
Entre 1947 y 1949, una serie de sucesos perfectamente planificados por los servicios secretos norteamericanos y británicos, que campaban por la Europa ocupada a sus anchas, proporcionaron la coartada perfecta. Estos sucesos, hábilmente camuflados como “amenazas comunistas” a la soberanía de países como Noruega, Grecia, Turquía y Checoslovaquia, así como las intervenciones directas de los soviéticos en Praga, o en el bloqueo de Berlín en abril de 1948, allanaron el camino para el establecimiento de una ocupación militar anglonorteamericana duradera en toda Europa occidental bajo las siglas de la OTAN.
En este ambiente de pánico hacia la URSS orquestado por Estados Unidos y Gran Bretaña, se iniciaron las negociaciones oficiales para la firma del Tratado de Washington, el 4 de abril de 1949, por el que se establecían las bases para la creación de la OTAN u Organización del Tratado del Atlántico Norte. En 1952 se unió Turquía y tras la incorporación de la República Federal de Alemania a la organización el 9 de mayo de 1955, exactamente diez años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética decidió responder al expansionismo norteamericano con la creación del Pacto de Varsovia, una organización militar paralela a la OTAN que se constituyó formalmente el 14 de mayo de 1955 entre la Unión Soviética y sus aliados. Un episodio más dentro del escenario de tensión surgido de la Guerra Fría y del pulso que mantenían la Unión Soviética y Estados Unidos por el predominio en Europa.
En 1954 la URSS propuso su inclusión en la OTAN con el pretexto de asegurar la paz, pero los británicos y norteamericanos se opusieron, así como sus aliados. Por otra parte, las profundas discrepancias en el seno de la OTAN se pusieron en evidencia desde sus inicios. En 1958, el presidente francés Charles De Gaulle protestó por el papel hegemónico que mantenían los Estados Unidos y Gran Bretaña dentro de la organización y en una carta remitida al presidente de los EEUU, Eisenhower, y al primer ministro británico, MacMillan el 17 de septiembre de 1958, argumentaba en favor de la creación de una dirección tripartida, que pusiese a Francia en igualdad de condiciones que Estados Unidos y el Reino Unido, abogando también por la expansión de la OTAN en las áreas de interés geoestratégico para Francia, como Argelia, donde los franceses combatían a los independentistas y querían que la OTAN les prestase apoyo militar.
El presidente De Gaulle consideró las respuestas dadas como insatisfactorias, por lo que decidió constituir la defensa unilateral y soberana de su país. El 11 de marzo de 1959, Francia retiró su flota en el Mediterráneo del comando naval de la OTAN; tres meses después, en junio, De Gaulle prohibió el paso de armas nucleares extranjeras por territorio francés. Esto sirvió para que Estados Unidos restituyese a Francia el control, entre 1959 y 1967, de las diez mayores bases aéreas que habían operado en ese país. La última fue la de Toul-Rosières, base de la 26ª Ala de Reconocimiento, que fue trasladada a Ramstein, en Alemania Occidental.
Asimismo, Francia inició de forma exitosa su propio programa nuclear, y realizó su primera prueba atómica el 13 de febrero de 1960 en el desierto de Argelia, aún territorio francés. Aunque Francia se alineó oficialmente con los Estados Unidos y la OTAN durante la Crisis de los Misiles en Cuba, en octubre de 1962, Charles De Gaulle prosiguió adelante con su idea de preservar la independencia de Francia en materia de defensa al margen de la OTAN, y también retiró del comando naval del Atlántico a la escuadra francesa que operaba en el canal de La Mancha. En 1966 el Ejército francés se retiró definitivamente del comando integrado de la OTAN, y se ordenó que todas las tropas extranjeras abandonasen el territorio francés. Aquello provocó que el 16 de octubre de 1967 se trasladase el Cuartel Supremo de la Alianza en Europa (SHAPE) de París a Casteau, al norte de Mons, en Bélgica. Francia continuó siendo miembro de la Alianza y mantuvo sus tropas estacionadas en Alemania Occidental.
Francia volvió a unirse al comité militar en 1995, y desde entonces ha intensificado sus relaciones con la estructura militar. Tras la desintegración de la Unión Soviética en 1991, la OTAN reformuló sus objetivos para ejercer el monopolio de la seguridad y la defensa militar en todo el hemisferio norte. En este nuevo marco de actuación, se desarrolló la única operación militar punitiva de la OTAN en toda su historia, el ataque contra Yugoslavia en 1999. El bombardeo contra la indefensa ciudad de Belgrado supuso una oportunidad única para probar el armamento nuclear de baja intensidad: los proyectiles de uranio empobrecido que ya habían sido utilizados en la guerra del Golfo en 1991.
Tras la invasión de Afganistán en otoño de 2001 por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña, la OTAN ha llevado a cabo en ese país asiático una misión encargada por la ONU llamada Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF), una campaña de apoyo táctico a la ocupación militar del país encubierta como una operación de ayuda humanitaria. En Iraq, simplemente se ha limitado a entrenar a las fuerzas de seguridad de ese país. Las negativas de numerosos países europeos a que la OTAN actuara en Iraq, encabezados por Francia y Alemania, impidió a la Alianza involucrarse directamente en la guerra iniciada por Estados Unidos y el Reino Unido.
En septiembre de 2006, la OTAN puso en marcha la Operación Medusa en el sur de Afganistán, con el objetivo de acabar con los reductos talibanes en Penjabi, Zhari y Kandahar, donde los insurgentes poseían una fuerte presencia. El auténtico objetivo de esta operación militar fue el de asegurar las rutas del opio que atraviesan la región meridional del país. ¿Que clase de “operación humanitaria” es ésa?