Irán: ¿otra guerra por petróleo?
Antonio Pérez.- Desde el fin de la Primera Guerra Mundial en 1918, el petróleo es el factor determinante de la geopolítica estratégica internacional, y en base a la ubicación de los grandes yacimientos se trazan las fronteras, se hacen las guerras y se imponen los gobiernos. Durante la gran crisis del petróleo de 1973 se dijo que las reservas de crudo se habrían agotado antes del año 2000. Ahora sabemos que nos mintieron, que eso no es así, que hay otros yacimientos. Pero el petróleo sigue siendo un bien escaso y hay que ir a buscarlo allí donde se encuentre y los yacimientos más grandes aún por explotar están en Asia Central, en el Cáucaso, y en algunas de las antiguas repúblicas soviéticas como Kazajstán, Uzbekistán, Georgia, Osetia y Azerbaiyán.
Con la desintegración de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos vio la oportunidad de establecer acuerdos con los nuevos países independientes y las compañías petroleras norteamericanas y británicas establecieron ventajosos contratos con los nuevos gobiernos surgidos en esos países tras el colapso de la URSS.
Pero una vez extraído, ese petróleo debe ser transportado para su refino y es necesario construir grandes oleoductos que lleven el crudo desde el corazón de Asia hasta el Mediterráneo para embarcarlo en los grandes superpetroleros hasta los puertos de destino. Y para ello hay que asegurar las zonas por las que pasarán dichos oleoductos. Por esta razón Estados Unidos ya tiene tropas destacadas en lugares como Georgia (ex república soviética) con la manida excusa de controlar a grupos terroristas que se concentran en su frontera con Chechenia (zona de guerra).
Así, ya hay presencia militar norteamericana a pocos kilómetros de Bakú, la capital petrolera del Cáucaso. Desde allí el crudo llega al mar Mediterráneo a través del oleoducto que atraviesa Turquía, país aliado de Estados Unidos y miembro de la OTAN. Ese oleoducto debía llegar hasta la antigua Yugoslavia, y para facilitar la negociación de los tratados de paso del oleoducto, alguien decidió que sería más fácil hacerlo con unos cuantos países insignificantes, que con un país fuerte. Consecuencia inmediata: las guerras balcánicas que desmembraron Yugoslavia en la década de los años noventa del siglo XX.
La actual situación de despliegue militar norteamericano en sus fronteras, no es una situación aceptable para Rusia, consciente de que esas tropas son una amenaza para su propia seguridad e integridad territorial. Estados Unidos ha llevado la OTAN hasta las mismas puertas de la Federación Rusa, y el programa del escudo anti-misiles parece un remake de la Guerra de las Galaxias de Ronald Reagan que presidió los últimos años de Guerra Fría entre las dos superpotencias. El poderío militar norteamericano es grande, pero plantearse una guerra con Rusia no es lo mismo que invadir la isla de Granada o Panamá.
No parece prudente alentar aventuras belicistas de los norteamericanos y británicos contra Rusia, un gigante que forma parte de Europa, y que en caso de entrar en conflicto armado arrastraría al resto del viejo continente. No necesitamos una nueva guerra europea de consecuencias imprevisibles pero en cualquier caso terrible. Recordemos que el gran conflicto de 1914-1918 empezó a fraguarse con guerras localizadas, entre pequeños estados, entonces también se llamaron guerras balcánicas y recuerdan bastante lo que sucedió en Osetia del Sur recientemente, donde los norteamericanos han animado e instigado a Georgia para provocar una guerra abierta con Rusia. No estamos hablando de Kosovo, Bosnia o Montenegro. Ni de una guerra olvidada en el lejano Chad o en Sudán, ¡estamos hablando de Europa! Otras ex repúblicas soviéticas como las de Kazajistán y Uzbekistán, ya cuentan también con bases militares norteamericanas en su territorio, esta vez con la excusa de la campaña antiterrorista contra los talibanes de Afganistán (país que también cuenta con bases militares norteamericanas en su territorio).
Habiéndose apropiado ya de los pozos de Iraq, tras la breve guerra de 2003, la única “amenaza” para la hegemonía petrolífera absoluta de Estados Unidos en la zona es Irán, país calificado como delincuente por la administración Bush y por la del presidente Obama, que también parece estar buscando desesperadamente el rifirrafe que justifique otra intervención armada del estilo de las llevadas a cabo en Afganistán e Iraq.
Pero aquí también debemos hacer una puntualización, ¡Irán podría ser un hueso muy duro de roer!
Estados Unidos no tiene ninguna necesidad de forzar la situación, porque con los nuevos oleoductos que se van a construir precisamente en Rusia para unir los yacimientos del interior con el puerto estratégico de Múrmansk, tendrán controlada, sin necesidad de desencadenar ninguna nueva guerra, la práctica totalidad de la producción mundial de petróleo y una posición de ventaja innegable dentro del nuevo sistema económico ultraliberal conocido como globalización, y que no es otra cosa que la aglutinación del todo el poder económico y financiero del planeta en las manos de una selecta oligarquía internacional.
En Estados Unidos el acceso a los recursos energéticos propios es considerado un tema de seguridad nacional, más aun para un Gobierno como el de George W. Bush, constituido por empresarios y accionistas de petroleras tan destacables como Halliburton que en marzo de 2007 anunciaba el traslado de su sede central de Texas a Dubai. Por lo visto la empresa dirigida hasta el año 2000 por el vicepresidente Cheney pretendía así intensificar su actividad petrolera en Oriente Próximo, ya que en Arabia Saudí cuenta con importantes operaciones.
Tras la invasión de Iraq iniciada en marzo de 2003, a Halliburton le fueron adjudicados contratos multimillonarios que no fueron sometidos a concurso público, algo de lo que se acusó a la administración del presidente Bush (accionista de la propia Halliburton). De hecho, investigadores federales concluyeron a principios de 2007 que Halliburton fue la beneficiaria de la cuarta parte del total de 10.000 millones de dólares procedentes de las arcas públicas de Estados Unidos y destinados a la reconstrucción de Iraq que se perdieron en recargos y gastos no justificados, facturados por Halliburton. Cuando la empresa se sintió acosada, su director general, David Lesar anunció en Bahréin que el edificio de oficinas que la empresa tenía en Houston seguirá funcionando, aunque los cargos principales de la compañía actuarían a partir de entonces desde la nueva sede de la compañía en Dubai. Donde desde luego no hay incómodos gobiernos federales actuando como sabuesos y vigilando todas sus actividades.
Lesar explicó, durante una conferencia sobre energía en Bahréin, que él mismo sería el encargado de supervisar, siempre desde Dubai, la cada vez mayor presencia de la compañía en Oriente Próximo y Asia, donde se concentran algunos de los mercados de gas y petróleo más importantes del mundo.
En 2006, Halliburton declaró unos beneficios netos de 2,3 billones de dólares, y su cifra total de ingresos ascendió a 22,6 billones de dólares. Más del 38% de los 13 billones de dólares obtenidos por la empresa en el año 2006 por sus servicios petroleros procedían de su actividad en el hemisferio oriental del planeta, donde trabajan 16.000 de sus 45.000 empleados.
Dubai es, con diferencia, el destino preferido en el mundo para lavar el dinero sucio de los terroristas gracias a sus leyes de secreto bancario y demás regulaciones opacas que también constituyen un poderoso reclamo para las multinacionales del petróleo. En Dubai pueden verificarse operaciones financieras encubiertas entre los gobiernos occidentales y los diferentes grupos terroristas islámicos a los que dicen combatir. Pero también es un paraíso fiscal para los traficantes de armas, los contrabandistas de los diamantes de sangre y, cómo no, para las codiciosas corporaciones multinacionales, como ya hemos apuntado abundando en el caso de Halliburton.
Todos comparten un objetivo común: ganar dinero. Los pretextos son lo de menos: unos en nombre de Alá y otros en nombre del Libre Mercado y del Capitalismo. En Dubai todos negocian con todos, porque como apuntaba el magnate John D. Rockefeller en su día: “Los negocios deben estar por encima de los conflictos entre los Estados”.
El petróleo es un recurso estratégico y ha sido la causa de la mayoría de las guerras del siglo XX y de las que llevamos vistas en el recién estrenado siglo XXI. Portavoces de la propia compañía Halliburton declararon en una nota de prensa que “la verdadera razón por la cual la petrolera había trasladado su centro de operaciones a Dubai fue la laxitud de las leyes fiscales y bancarias de los Emiratos Árabes Unidos a propósito del mantenimiento de la contabilidad y del carácter opaco de las transacciones financieras, lo que evitaría a la firma tener que comparecer ante el Congreso de los Estados Unidos para dar cuenta de sus escandalosas operaciones en Iraq, Afganistán y otros lugares”.
El petróleo y el gas natural son las principales fuentes energéticas del planeta, movilizan la industria, la petroquímica, la agricultura, las ciudades, el transporte… la civilización occidental está construida sobre la base energética de los combustibles fósiles o hidrocarburos.
El consumo de petróleo y gas en el mundo asciende a unos 75 millones de barriles por día, y se prevé que llegue a 120 millones de barriles por día para el 2020. De todo esto los Estados Unidos consumen el 26%.
Estados Unidos, como única gran superpotencia mundial (de momento) es quien más necesita asegurar el acceso y control sobre las nuevas reservas para mantener la sociedad de consumo que sustenta su economía, y vemos que la mayor cantidad de reservas se encuentra en Oriente Medio. Otras regiones que tienen reservas considerables de petróleo son Venezuela, Siberia occidental, el golfo de México, el mar del Norte, la parte septentrional del mar Caspio y el golfo de Guinea.
Se sabe de la existencia de alrededor de 30.000 (otras cifras hablan de 40.000) yacimientos alrededor del mundo. Sin embargo, el 80% del crudo proviene de los yacimientos gigantes o supergigantes que son pocos. Si no son los suficientemente grandes, tampoco resulta rentable su explotación. El 60% de las reservas se encuentran en el 1 % de esos yacimientos. Tan sólo Gawar, campo petrolífero de Arabia Saudita (el yacimiento más grande del mundo) contiene 15 mil millones de toneladas de petróleo.
La situación de esos 26 yacimientos supergigantes sería aproximadamente como sigue: 10 en Oriente Medio; 8 en países de la antigua Unión Soviética; 1 en Holanda; 1 en Venezuela; 1 en México; y se cree que hay 1 más en Alaska. Motivo por el cual, el presidente George W. Bush autorizó, antes de la finalización de su mandato, las prospecciones petroleras en Alaska derogando una prohibición promulgada por su padre a principios de los años noventa.
A partir de 1973, cuando la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) impuso sus precios, las grandes empresas privadas perdieron el control de los recursos petrolíferos y se ejecutaron muchos procesos de expropiación y nacionalización de yacimientos, especialmente en Sudamérica. De las 20 principales empresas petroleras del mundo, 13 son estatales y sólo 7 pertenecen al sector privado: se trata de las famosas “Siete Hermanas” casi todas ellas norteamericanas y británicas.
De todos modos, el dato es importante ya que contrariamente a lo que se ha hecho creer a sus propios accionistas, las empresas privadas ya no controlan la producción del petróleo a escala mundial. Es decir, ni Exxon-Mobil ni Royal-Dutch Shell son la primera y segunda petrolera mundial por volumen de negocio como hacen creer a sus respectivos accionistas.
Según Steve Comstock, ex vicepresidente de Estrategias Globales de Mobil Oil, la industria petrolera en el siglo XXI debe mantener una verdadera perspectiva global. Lo que según él implica ampliar las fronteras y diseñar estrategias globales que incluyen el acceso a todos los campos petrolíferos y a las diferentes fases de la operación, tanto upstream como downstream, es decir, extracción y refino, pero incluyendo también aquellos campos gestionados por las empresas estatales que los han nacionalizado.
Sobre el papel, se trata de diseñar estrategias que permitan hacer accesibles a todas las compañías privadas las reservas mundiales. Reservas que, por otra parte, no les pertenecen, aunque las ampulosas multinacionales disponen de ellas en sus planes como si de hecho esos yacimientos fuesen suyos. Lo que nos lleva a preguntarnos ¿qué harán si los legítimos dueños de esos yacimientos, los respectivos países que los contienen, se niegan a darles unas concesiones de explotación que ellos ya dan por adjudicadas?
Cabe suponer entonces que dichas empresas cuentan de antemano con la complicidad del Gobierno de Estados Unidos para adueñarse de esos pozos que no les pertenecen. Y por supuesto, cuando hablan de todas las compañías privadas se refieren exclusivamente a las que componen su selecto y elitista club: Exxon-Mobil, Royal-Dutch Shell, Texaco-Chevron, British Petroleum…, es decir… ¡las Siete Hermanas de siempre! Las mismas empresas que ya se repartieron los yacimientos petrolíferos mundiales conocidos entonces sellando un acuerdo secreto en Achnacarry (Escocia) en 1928.
Esta es una de las ideas fundamentales de los empresarios y especuladores internacionales que conspiran en favor de sus propios intereses: “lo nuestro es nuestro porque somos una empresa privada y creemos en el capitalismo, en el libre mercado y en la propiedad privada (de lo nuestro), pero lo tuyo (lo del país extranjero de turno) es nuestro también porque los recursos naturales son de todos (es decir, nuestros)”.
En el nuevo papel reservado a las fuerzas de la OTAN, Cascos Azules, Ejércitos Europeos de Intervención Rápida, etcétera, está previsto que uno de sus cometidos sea el de invadir y ocupar países con ricos yacimientos petrolíferos y gasísticos pero con gobiernos hostiles no dispuestos a colaborar y someterse a los designios de las compañías petroleras globales (Halliburton; Exxon-Mobil; Shell; BP; Texaco-Chevron…): un claro ejemplo lo hemos tenido recientemente con Iraq, y el señor George W. Bush no se ha escondido a la hora de insinuar que el próximo objetivo podría ser Irán, otro país delincuente, según él, con abundantes reservas petrolíferas que intolerablemente no están en manos de norteamericanos y británicos. Y muy especialmente de Halliburton, la próspera petrolera de la que la familia Bush es accionista y cuya sede, patrióticamente, han trasladado a Dubai para pagar menos impuestos.
Las grandes empresas petroleras exigen a sus gobiernos que les faciliten el poder controlar el territorio donde operan y tener fácil acceso a todos los recursos naturales y que las tropas garanticen la seguridad para sus operaciones. Todo esto es posible, y de hecho se está dando en muchos países gracias al fenomenal grado de impunidad con que actúan las petroleras y al constante abuso de poder del que hacen gala los gobiernos fantoches que ellas manejan. Pero cuando nos referimos a un gobierno títere como en el caso de Nigeria, también consideramos marionetas de las petroleras a los propios gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido, cuyos representantes no son más que empleados, botones y lacayos bien pagados de las compañías petroleras.
Para controlar eficazmente el territorio donde se encuentran los yacimientos petrolíferos, es necesario enajenar de sus derechos territoriales a las poblaciones locales nativas: así se ocupan cómoda e impunemente tierras, se construyen las carreteras necesarias para el transporte, y se puede acceder fácilmente a las fuentes de agua y tener, en definitiva, acceso libre a otros recursos naturales de las zonas productoras a fin de realizar una óptima explotación de esos recursos.
Nigeria es el primer productor africano de petróleo y el sexto mundial, sin embargo, sus habitantes no pueden repostar en las gasolineras porque el precio del combustible es prohibitivo para ellos y se ven obligados a perforar los oleoductos que lo transportan para obtener unos escasos litros de gasolina, provocando terribles accidentes, explosiones e incendios que han devastado poblados enteros causando cientos de muertes.
El petróleo nigeriano está en manos de la compañía angloholandesa Shell que esquilma sus yacimientos y se lleva de allí hasta la última gota de crudo. Con un reparto más justo de los beneficios del petróleo, los nigerianos no tendrían necesidad de echarse al mar en míseros cayucos jugándose la vida para llegar a las costas españolas para ser luego explotados por cuatro sinvergüenzas en los invernaderos de Almería y en el Maresme catalán.
Para que las petroleras se sientan cómodas es necesario promover situaciones neocoloniales en las zonas de actividad petrolera, que así son nuevamente colonizadas en función de los intereses particulares de las empresas petroleras privadas que promueven esos nuevos procesos de colonización, emboscados en términos tan sugerentes como… “Acceso libre de todos a todos los recursos naturales”. Por supuesto, se trata del acceso de “ellos” a los recursos de los demás para explotarlos en “su” beneficio, no en el nuestro.
En países donde existen fuertes conflictos con las comunidades locales y dependiendo de las condiciones de las empresas, los problemas de seguridad se resuelven mediante unidades propias de seguridad, financiadas por las propias petroleras, lo que en muchos países se conocen como grupos paramilitares, o en otros casos, como hace Royal-Dutch Shell en Nigeria, subcontratando a las Fuerzas Armadas gubernamentales para que actúen como auténticos guardias de la porra o empresas de seguridad privada que velen celosamente por sus intereses.
En algunos países afectados por el terrorismo de estos violentos grupos paramilitares “privados” como Nigeria, Birmania, Colombia y Sudán varias empresas petroleras han sido acusadas de financiar a estos grupos armados. Entre estas empresas figuran Shell, Chevron, Exxon, Conoco, Texaco, Total, Agip y Unocal. En varios de estos casos, existen ya juicios en los países de origen contra estas empresas por violación a los Derechos Humanos.
Las guerras del siglo XX y principios del XXI se han alimentado del petróleo y en la mayoría de los casos el petróleo ha sido la causa del conflicto. En Angola, junto con Nigeria, uno de los principales productores de petróleo de África, el control de los recursos petrolíferos y de los hidrocarburos en general, ha estado siempre en manos del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), hoy en el poder. La perpetuación de la guerra civil en este país, ha estado muy relacionada con la necesidad de controlar el petróleo, para ello los Estados Unidos financian a las guerrillas de las UNITAS, quienes controlan las minas de diamantes y son enemigos del MPLA. Los principales objetivos militares de UNITAS han sido las áreas productoras de petróleo (cuyos beneficios aportan el 90% del presupuesto del Gobierno angoleño). Hasta el momento, todas las empresas petroleras importantes en el mundo tienen inversiones en Angola.
La guerra de independencia de Argelia, una de las más sangrientas de África, y que duró casi una década, tenía como causa subyacente, los ricos yacimientos petrolíferos argelinos, que hasta 1968, en que fueron nacionalizadas, fueron explotados por empresas petroleras francesas.
La actual guerra civil en Sudán está también manchada de petróleo, sobre todo desde que en septiembre de 1999, Sudán se convirtió en un nuevo exportador de petróleo africano. Otros conflictos en África relacionados con petróleo incluyen la guerra reciente en el Cuerno de África, los cruentos conflictos en Nigeria, que llevaron a la declaración del Estado de Emergencia y a la disputa sobre las islas Bioko en Guinea Ecuatorial.
En Iberoamérica hubieron dos guerras que, en la década de 1940, estuvieron relacionadas con el petróleo: la guerra del Chaco, donde Paraguay perdió una porción del país con importantes yacimientos de crudo, y la guerra entre Ecuador y Perú. En los años ochenta del siglo pasado, la guerra civil que azotó a Guatemala, se centró en Ixcán, zona en donde se explotan importantes reservas petrolíferas, después que la población indígena fuese obligada a desplazarse.
El caso más reciente es el del Plan Colombia, que tiene, entre otros objetivos controlar la producción petrolera en ese país. El Plan Colombia se ha centrado en la región del Putumayo, donde si bien la producción petrolera no es muy importante, las nuevas licitaciones sugieren que las reservas podrían ser mayores que las conocidas. Dentro del Plan Colombia hay un importante fondo para protección del oleoducto occidental en Caño Limón.
No es casualidad que siendo candidato a la presidencia de los Estados Unidos, George W. Bush mirase hacia esa región y advirtiera que “muchas democracias estaban en peligro” refiriéndose a Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú. También podríamos añadir Bolivia, tras la victoria electoral del líder indigenista Evo Morales.
Entonces creíamos que Bush, y Obama después, advertían de un peligro. Hoy, los ciudadanos de esos países latinoamericanos, africanos y asiáticos, comprenden que el peligro es el propio presidente de los Estados Unidos (sea el que sea, igual da) y que el hecho de poseer ricas reservas de gas y petróleo, que las petroleras británicas y norteamericanas ambicionan, supone un grave riesgo para ellos. También el conflicto de Chiapas en México no deja de tener un hilo conductor directo con la voracidad de los Estados Unidos por los pozos petrolíferos de esa región, que parecen ser de una gran riqueza en hidrocarburos.
Veamos brevemente cuál es el panorama en Asia. La situación no es muy distinta. Durante la guerra de Vietnam, la empresa Mobil hizo prospecciones off-shore (mar adentro) en el territorio del antiguo Vietnam del Sur. En las década de 1990, Mobil obtuvo una licencia de exploración de los mismos campos en los que estuviera tres décadas antes los Blue Dragon (a 280 km del delta del Mekong), pero los abandonó por no encontrar reservas dignas de explotar comercialmente.
La ocupación neocolonialista de Indonesia en Timor Oriental, apoyada por Estados Unidos y Australia, fue en parte debido a la presencia de importantes reservas de hidrocarburos en el mar de Timor, así como por la disputa por las islas Spratley, unos islotes con reservas petrolíferas sobre las que reclaman derechos China, Vietnam, Filipinas, Indonesia, Malasia y Brunei.
El conflicto en Asia Central (Afganistán) está relacionado, además de estarlo con el control del rentabilísimo cultivo y comercio del opio, con el control del transporte a través de un gran oleoducto de los abundantes recursos petrolíferos de la región, tanto del mar Caspio como del golfo Pérsico. Transporte que debería realizarse mediante la construcción de un colosal oleoducto que abarataría considerablemente el transporte del crudo y, en consecuencia, los beneficios netos de las petroleras. Aunque de todo eso, los consumidores finales no verán un céntimo. Los precios seguirían igualmente altos, con el pretexto de amortizar el gasto generado por la construcción del propio oleoducto.
El empalme de oleoductos a través de Afganistán para llevar los hidrocarburos desde el Asia Central hasta los mercados occidentales, significa una alternativa más barata con respecto a otras rutas, pero el problema ha sido hasta ahora la presencia talibán, aunque hay que recordar que los talibanes llegaron al poder gracias al apoyo prestado por la CIA cuando lideraban una guerra civil contra el Gobierno prosoviético de Kabul. De hecho, el propio ‘Rambo’ les ayudó en algunas de sus insufribles películas, y Osama ben Laden era el “hombre de los maletines” que canalizaba el dinero que los Estados Unidos, a través de la CIA, destinaban a los rebeldes afganos que hacían la guerra a los soviéticos. Hoy las tornas han cambiado, como tantas veces ha sucedido en el cine y en la vida real, y los Estados Unidos son enemigos irreconciliables de aquellos talibanes.
Se cree además que Afganistán podría albergar grandes reservas de petróleo. En su época la URSS calculó que ese país podía tener unas reservas de gas natural de alrededor 5 trillones de metros cúbicos. La importancia de la zona reside en que Estados Unidos considera que el crudo del Caspio puede balancear el liderazgo que tienen los países de la OPEP en la fijación de los precios del crudo. Este papel lo jugó antes el mar del Norte (Noruega), pero sus reservas son muy inferiores a las del Caspio, y Estados Unidos considera que es más fácil controlar la producción en el Caspio, por la debilidad institucional de esos países ex soviéticos donde la corrupción gubernamental facilita cualquier “apaño” con los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña, o lo que es más exacto: con sus petroleras.
Desde luego es más fácil hacer allí cualquiera de los chanchullos bajo cuerda habituales de las petroleras que en países tan incómodos como Noruega donde el Gobierno hace cumplir las leyes. En Grozni, Chechenia, también se ha sostenido otra guerra por petróleo, por la importancia primordial que tiene para Estados Unidos y Reino Unido romper la hegemonía rusa en el transporte de crudo en la zona del Caspio, por lo que el control sobre Chechenia es vital. Es vital para ellos (norteamericanos y británicos) romper la hegemonía rusa para implantar la suya.
Aunque sus reservas no son tan importantes, esta zona es crucial para el paso del oleoducto que transporta el crudo del mar Caspio. El paso del oleoducto por territorio ruso permite a este país mantener el control sobre el transporte de hidrocarburos, sobre sus precios y lo utiliza como mecanismo de control político sobre los países vecinos. Recuérdese el reciente corte del suministro de gas a Bielorrusia. Control injusto si se quiere, desde luego, pero es igual de injusto tanto si lo ejercen los rusos (sobre sus propios recursos) como si lo ejercen los Estados Unidos y sus países satélites: Reino Unido, Canadá, Australia y alguno más, sobre unos recursos que no les pertenecen.
Azerbaiyán, Kazajstán, Turkmenistán y Uzbekistán juntas reúnen 115 mil millones de barriles de reservas probadas de crudo y 11 trillones de metros cúbicos de gas natural. Hasta ahora, Rusia ha mantenido la hegemonía en el transporte de crudo en la región, la misma que quiere serle arrebatada por Estados Unidos. Cosa que no es nueva. Ya en los años previos a la Primera Guerra Mundial y a la Revolución Rusa de 1917, el siniestro magnate John D. Rockefeller intentó negociar con el Gobierno del zar Nicolás II la cesión de los derechos de explotación en esas regiones a la entonces Standard Oil of New Jersey (hoy la flamante Exxon-Mobil) fue precisamente la negativa del zar a cederle los derechos de explotación de esos pozos al magnate petrolero, lo que aceleró su caída en octubre de 1917, auspiciada, entre otros por Rockefeller que esperaba poder renegociar el asunto de las concesiones con un Gobierno más dócil, como era el caso del moderado socialista Kerensky, aunque éste fue también “barrido” por los bolcheviques de Lenin que se mostraron, después de todo, tan intransigentes como el propio zar a la hora de “ceder” sus recursos petrolíferos.
Lo que pretendía Rockefeller hace cien años, dos revoluciones y dos guerras mundiales, era exactamente lo mismo que pretenden ahora los norteamericanos: desestabilizar la zona en su provecho. No contento con la caída del zar y el brutal asesinato del monarca y toda su familia, Rockefeller financió a los bolcheviques para que iniciasen una violenta guerra civil que acabó con el Gobierno moderado de Kerensky y la instauración de una dictadura totalitaria. Lo que hoy, casi un siglo después, pretende reeditar Estados Unidos, no es muy distinto.
Regresando a la cuestión del transporte del crudo en la zona, un oleoducto que partiendo desde Turkmenistán, atravesase Afganistán y saliese por Paquistán, sería la vía más corta. Unocal estuvo negociando esta ruta con los talibanes, hasta la ruptura de relaciones de su Gobierno con el de los Estados Unidos. Ahora, después de la guerra, se han reiniciado estas negociaciones, esta vez con fondos facilitados por el Banco Mundial.
La segunda guerra contra Iraq (2003), sostenida bajo el argumento de unas armas de destrucción masiva que nunca se encontraron, tuvo como objetivo el control de la producción y distribución de las inmensas reservas petrolíferas de este país, las segundas del mundo después de las de Arabia Saudita.
Gracias a la intervención de las empresas petroleras, el petróleo, para los países del Tercer Mundo, no es una fuente de riqueza, sino una fuente inagotable de desdichas, de guerras, de empobrecimiento y de dependencia. La explotación salvaje de esos recursos naturales, ha tenido y sigue teniendo, unas consecuencias nefastas tanto a nivel local como global, y bien podría ser considerada como una auténtica arma de destrucción masiva, porque provoca alteraciones permanentes sobre el Medio Ambiente, el ecosistema y la población, siendo además, la lucha por su control, la causa de la mayoría de las guerras colaterales del siglo XX y de lo que va del XXI, que no promete ser mejor ni más justo que el anterior.
Por poner un ejemplo: si en Nigeria fuesen los nigerianos quienes se beneficiasen mínimamente de sus propios recursos naturales, seríamos posiblemente los españoles los que deberíamos viajar en cayucos a su país a buscar trabajo, y no a la inversa. Unos y otros pagamos los platos rotos del expolio perpetrado por las petroleras Shell y Exxon en el país.
Para los países del Tercer Mundo, ahora llamados, economías emergentes, aunque también se les llamó Países en Vías de Desarrollo, y podríamos añadir que hubiese sido más exacto decir en vías muertas de subdesarrollo y miseria, la existencia de petróleo en su territorio no es una garantía de seguridad, todo lo contrario, es una certeza de inseguridad, guerras, asesinatos, hambrunas y éxodos masivos de su martirizada población.
El éxito del modelo energético petrolero actual depende del monopolio y manejo centralizado de las fuentes de producción y distribución del crudo, además de los subsidios estatales con los que cuentan las grandes petroleras privadas. Sí, así es. Las mismas empresas ultraliberales, que presionan a los distintos gobiernos para que recorten el gasto social y privaticen la sanidad pública, no ponen ningún reparo a la hora de recibir dinero público para sus negocios privados. Y además, como en el caso de la petrolera Halliburton, dado que la avaricia cono conoce límites, trasladan la sede de la empresa a Dubai para pagar aún menos impuestos, es decir, para no retornar a los ciudadanos norteamericanos ni un centavo. ¿Y aún están éstos ingenuos yanquis de clase obrera dispuestos a ir a morir al último confín del mundo en provecho de cuatro mercachifles despreciables?
La información, las denuncias y las acciones legales contra las petroleras anglosajonas son importantes y deben mantenerse para obligarlas a observar un comportamiento mínimamente justo y humano, tanto sobre el Medio Ambiente como sobre las personas.
La solidaridad internacional, si bien es importante, ha sido insuficiente, ya que son precisamente empresas privadas británicas y norteamericanas las que más se lucran con el expolio de África, y sus respectivos gobiernos los que menos contribuyen con dinero para compensar la miseria que sus empresas provocan en esos países. Y no hablamos sólo de petróleo, está además el negocio de los diamantes de sangre y el desfalco de otros recursos naturales. Se requieren medidas proactivas para desmantelar el abusivo sistema de poder que ejercen las petroleras privadas como Exxon-Mobil; Shell, Texaco-Chevron, Total y BP.
Los países árabes tardaron bastante tiempo en darse cuenta de cuál era el valor estratégico del petróleo en el mundo contemporáneo, fueron de fracaso militar en fracaso político hasta que en 1973, después de otra debacle militar contra Israel, decidieron utilizar su mejor y más incruenta arma: el petróleo. Su petróleo, porque el petróleo es de ellos, no de Estados Unidos, del Reino Unido, de Exxon-Mobil o de Shell, lo que para el caso, es hablar de lo mismo. Ya que son esas multinacionales, y no sus gobiernos, las que realmente mandan.
Con una significativa reducción de la producción de crudo en 1973, los países productores presionaron a Occidente, especialmente a los Estados Unidos y a sus países satélites, para que se suspendieran la ayuda militar a Israel y lo lograron al poco tiempo de cerrar sus pozos, y entonces hasta Japón pasó a apoyar la causa árabe.
Unos días más tarde muchos gobiernos de Europa impidieron que los aviones norteamericanos aterrizaran en sus aeropuertos con rumbo a Tel Aviv. Unas semanas después, incluso Estados Unidos, sediento de petróleo, tuvo que ceder, convirtiéndose en mediador, cuando antes habían sido el dictador indiscutible de la política a seguir en la zona. Los árabes derrotaron políticamente a Estados Unidos y a sus aliados sin necesidad de acciones terroristas ni de cobrarse la vida de inocentes civiles en inútiles y sangrientos atentados. Atacaron donde más les duele a los empresarios y especuladores internacionales que conspiran en favor de sus propios intereses: la economía.
Thomas E. Lawrence, el famoso ‘Lawrence de Arabia’ de la película homónima, ya advirtió a los árabes que el día que abandonasen sus camellos para conducir un automóvil, habrían dejado de ser un pueblo libre y orgulloso. Su profecía se ha cumplido: no importa cuántas mezquitas financien las petromonarquías del Golfo en Europa y Estados Unidos; sus emires se han convertido en odaliscas de los mismos infieles a los que dicen combatir.
Irán no supone un peligro para Occidente. El rearme de Irán va dirigido en primer lugar contra Arabia Saudita y en segundo lugar contra Pakistán, ambos paises vecinos y de mayoría sunita. Si los paises occidentales quieren acabar con el terrorismo yihadista deben ir directamente al origen de dicho terrorismo que se encuentra en Arabia Saudita, en Qatar y en otros paises sunitas de Oriente Medio, no en Irán.
Todas las guerras son por petroleo
Cuando empiezan a salir en prensa JUSTIFICACIONES a una futura invasión a Irán, se me ponen los pelos de punta. No se bien quien es este señor que escribe D.Antonio Pérez, recuerdo que cuando lo de Iraq, tambien nos engañaban los “especialistas” diciendo lo mismo, que si no se qué de geopoliticas, que si un oleoducto que venia de no se donde, que si patatín patatán. D. Antonio dejese de tonterias muy bien escritas eso si, el verdadero motivo y usted lo sabe mejor que yo es la seguridad del estado de Israel. Y si dentro de poco desde la… Leer más »
Perdón, una errata:
La frase-mantra de los pentagonitas es “El camino de Teherán pasa por Damasco”.
Bagdad-Irak ya lo tienen convertido en un erial, como pretenden hacer con Irán.
“Objetivo: Irán” es un conflicto de hace años preparado por los estrategas del NOM. En “El gran tablero mundial” (1998) https://books.google.es/books?isbn=8449306248, Zbigniew Brzezinski ya marca a Irán como objetivo, al tiempo que delata una operación de provocación contra Oriente Medio que se materializaría con el siniestro episodio del 11-S-2001. Por cierto, Brzezinka es una población de Polonia que los alemanes llamaban Birkenau, donde se ubicó el campo de concentración gemelo de Auschwitz. En el año 2003, el general Wesley K. Clark (K de Kanne= Cohen) hizo público un plan para sojuzgar siete países de Oriente Medio, figurando en su lista… Leer más »