La lección de los controladores
Me gustaría dedicar el menor tiempo posible a juzgar la actuación de los controladores aéreos españoles el 3 de diciembre. Mi opinión es simple: creo que fueron demasiado lejos. Lo siento por el gremio en general y en particular por los amigos que en él tengo, pero opino que lo que hicieron no se puede hacer. No se puede dejar sin servicio a miles de personas de un plumazo y sin avisar; no se puede paralizar súbitamente un país de esa manera, ni se puede dejar encerrados a un montón de ciudadanos de toda condición y edad en unas instalaciones que, por supuesto, no fueron concebidas como albergue.
Dicho esto, me parece que, a pesar de todo, los controladores nos han dado a todos una lección que debemos ser capaces de ver. Si conseguimos ver más allá del juicio que nos hayan merecido sus acciones creo que podremos extraer enseñanzas tremendamente valiosas.
Cuando un grupo de personas desafía a alguien mucho más poderoso de la manera en la que lo hicieron ellos, nuestra primera impresión es que lo hace porque ya no tienen nada que perder. Pero no es así, o al menos no lo es desde un punto de vista meramente material. Los controladores sí tenían mucho que perder; su acción les encaminaba directamente a ser objeto de las medidas más duras que dispone un Estado llamado (llamado) de Derecho. Además, no es difícil prever que todo esto, en más o menos tiempo, conlleva una rebaja sustancial de sus condiciones laborales. ¿Acaso no lo sabían? ¿Pensaban realmente que su órdago podía darles la partida? Ni lo uno ni lo otro. Sabían que no podían ganar y sabían también que el tratado de paz que seguiría a su derrota traería cláusulas tremendamente onerosas para ellos. No me cabe duda alguna de lo que digo.
¿Por qué actuaron así entonces?
Cuando alguien toma la decisión de este calibre y enfrenta tamaño desafío sabiendo que va a salir escaldado en todos los sentidos, lo hace porque lo que está sobre el tapete no tiene ya valor material alguno. Lo que creo que les estaban empezando a quitar a los controladores no aparece en ningún concepto de su nómina, no tiene valor contable, ni se suele pactar en los convenios colectivos: se llama dignidad. Podemos discutir si su apreciación de ser humillados es correcta o no, pero eso jamás nos va a llevar al meollo de la cuestión: actuaron así porque consideraron que lo que estaba en juego afectaba a su ser personal, no a su capacidad de compra.
Y eso, me parece una lección. Una bella lección; trufada de víctimas inocentes, los pasajeros, pero toda una lección.
Una enseñanza de la que la sociedad, pasada la lógica ira y el inevitable estupor, debería tomar nota para dejar de ser masa y comenzar a estar formada por personas.
Vivimos tiempos en los que todo el mundo sufre de un miedo sabiamente administrado por quienes mueven los hilos. Miedo por nuestra seguridad personal por el que toleramos ser controlados hasta la náusea. Miedo a perder el trabajo que hace buenas muchas humillaciones a cambio de conservarlo. Miedo a no poder seguir consumiendo, a perder nuestra forma de vida aunque sea a cambio de dejar que se nos veje, se nos manipule y se nos utilice. Miedo, ésa es la palabra.
Hace un par de decenios existía la llamada clase media, hoy el concepto es tan difuso y poco delimitable que no podemos ponerle definición. Es simple, la clase alta es más alta, la media más baja, y la baja se muere de hambre. Según datos de la CMNV, las retribuciones de los directivos de las empresas han crecido desde el año 2004 un 55.3%. Las de los empleados supongo que no hace falta que les diga en qué dirección han ido.
Los políticos, por su parte, viven rodeados de asesores, coches oficiales, comidas gratis y sueldos vitalicios a cuenta de un montón de nosotros, incluidos por supuesto una gran parte de los que el viernes no pudieron irse de puente por culpa de los controladores. El entramado de gasto público es tan asfixiante e inviable que cada día deja menos respiro a España y los españoles. Los grandes beneficiarios de este robo colectivo, de este expolio legalizado, son los que militarizaron a los controladores. Una casta, la de los políticos, pero ésta de verdad.
En tanto, la sociedad engañada vive en un mundo feliz, porque puede volar a Londres por 12 euros o largarse de vacaciones una semana a ser maltratada en auténticos monumentos a la masificación vacacional por 750. Puede comprar la tele LED a plazos, meterse en una hipoteca infumable, consumir a cuenta de lo que no tiene o comprarse un móvil de última generación…si no pierde el trabajo. Puede recoger las migajas de la ingente cantidad de pasta que se llevan otros, lo que se les cae por el camino, si se porta bien, si no se sale de los márgenes establecidos por unos y otros. Puede vivir sin miedo a que le pase nada, a perder lo que cree tener, si no rechista, si no da la nota, si no se atreve de ninguna manera a cuestionar que esto funciona así, y punto.
En el momento que alguien osa poner en duda ese estado de cosas, los que mueven el cotarro ni se inmutan. Sólo actúan cuando el panorama se pone feo. ¿Para qué? No es necesario, sus terminales se encargan puntualmente de colocar en la picota a quien sea menester y de azuzar al rebaño contra él. Los bramidos se oyen de Norte a Sur. Son los rugidos de la masa aterrada, ahora valiente, que arremete contra quien parece negarles la posibilidad de recoger los despojos de otros; las dentelladas a quienes pueden poner en peligro el statu quo y conseguir que los de arriba se mosqueen y acabemos pagando todos. Poco importa si vivir así es digno o no; nada, si quienes de verdad esquilman a la grey no son otros que los que les azuzan contra el presunto enemigo.
Da igual, esta sociedad de mierda hace tiempo que aceptó vender su alma por un puñado de lentejas a plazos. Hace mucho ya que somos esclavos de lo que podamos comprarnos, porque conocemos el precio de todo y el valor de casi nada. El valor de muchas cosas lo hemos puesto en un mercado donde se paga agachando la cabeza, aceptando que nos vigilen, nos digan cuál ha de ser nuestra Etica, nos eduquen a los niños, nos “escaneen” o respondiendo mansamente a la pregunta de dónde vamos. En el mismo zoco en que el pan para hoy y hambre para mañana lleva letreros de “Cofidís”, y reza para que en la próxima reestructuración no nos pongan en la calle los que acaban de cobrar el “bonus”.
Nos hemos entregado a unos sirleros disfrazados de virgencita a cambio de que nos mientan todos los días diciéndonos que nos quedamos como estamos, y por eso, cada vez que alguien saca la cabeza, le miramos con desprecio por ser distinto, y le echamos en cara, como si fuera argumento, que nosotros estamos mucho peor que él y no protestamos.
Es verdad, estamos peor que ellos y no protestamos, pero omitimos decir que no lo hacemos porque estamos acojonaditos vivos y no queremos poner en juego lo que otros dejan que tengamos. Nos acomoda la leña al mono por la simple razón de que, al parecer, gana mucho dinero. En realidad nos regocija saber que no estamos solos, y que pronto unos cuantos van a engrosar nuestras filas, las de los cagaos.
A esto, a este pavor a dejar de tener lo que se tiene, a dejar de poder comprar lo que se compra, es a lo que el día 3 plantaron cara los controladores, aun sabiendo que les iba a caer la del pulpo. Prefirieron ser a tener. Otros, la gran mayoría, hace mucho que no son.
Pronto tampoco tendrán.
Llegados a un punto, solo existe un tipo de huelga.