El poeta blasfemo
“Yo soy el gran blasfemo”. Así se autodefinió León Felipe (que en realidad se llamaba León Camino Galicia de la Rosa). Ahora bien, ser un poeta blasfemo no es lo mismo que ser un poeta ateo. Si León Felipe hubiera sido ateo no hubiera preguntado “dónde está Dios”, y contestado: “en el pico de la oración y en el rabo de la blasfemia”.
El verdadero ateo no habla de Dios porque no cree en su existencia. Por ello, ni le ataca, ni le preocupa. Por el contrario, el blasfemo, porque cree que Dios existe, o, al menos, que puede existir, arremete contra Él, y cuando lo hace poéticamente, dominando el idioma español con desenvoltura, lo hace con versos que podríamos llamar cósmicos, penetrantes, conmovedores y hasta irritantes, como éstos de León Felipe:
“Yo seré el pescador
y Dios el gran Pez, sorprendido y pescado.
Aquel día el Hombre… todos los hombres
se comerán a Dios.
Sera el día… el Gran Día de la verdadera
de la gloriosa
y de la sagrada comunión”.
Es este lenguaje el que el poeta utiliza cuando escribe en prosa, “Yo digo: Lloro, grito, aúllo, blasfemo… luego existo”, o cuando al concluir su libro El ciervo, se figura cogiendo
“el último ladrillo… la última palabra,
para tirársela a Dios,
con la blasfemia o con la plegaria…
y romperle la frente…
A ver si dentro de su cráneo
está la Luz o está la Nada”.
Cuando leo despacio estos pasajes de León Felipe algo entrañable se subleva. Son latigazos para el alma, como temblores de tierra, huracanes desenfrenados, aludes devoradores, volcanes en erupción, edificios hechos pedazos.
Pero todo en León Felipe es contradictorio y desconcertante, fruto, sin duda, de una tragedia íntima y profunda que se traduce en invocaciones al “poeta luciferino”, y al “Dios que comenzó la creación”, e incluso a Cristo, al que se dirige así:
“Viniste a glorificar las lágrimas,
no a enjugarlas.
Viniste a encender las hogueras,
no a apagarlas.
¡Viniste a decir:
Que corra el llanto,
la sangre,
y el fuego
como el agua!”
León Felipe, con ese desgarramiento interior que perfora su ser, se ametralla a sí mismo, reconociendo el fracaso de la revolución, de la que fue testigo, con ironía sarcástica, y a modo de arenga a los que imagina que le escuchan, les dice:
“Subid las campanas de nuevo al campanario,
Devolvedle la sotana al cura
y al capataz el látigo.
Y regaladle al Presidente una medalla
y un escapulario.
¡Viva Cristo Rey! ¡La Revolución ha fracasado!”
Nada detiene al poeta, enfervorizado por su indudable inspiración. A los obispos los llama “buhoneros” y les increpa de este modo: “con los tubos sobrantes de vuestros fusiles y cañones construiréis los órganos de las futuras catedrales”. “Los arzobispos (por su parte) bendicen el puñal y la pólvora”.
Durísimo, agresivo, insultante se refiere al Generalísimo: “cuando Franco, el sapo Iscariote y ladrón, con su gran escuadrón de cardenales y banqueros se atrevió a decir que la guerra de España era una ´cruzada religiosa´, y que Dios estaba con ellos, al poeta le entraron ganas irrefrenables de blasfemar”.
He reflexionado -y no poco- sobre estas desaforadas manifestaciones de un drama personal profundo y he llegado a la conclusión de que León Felipe mantuvo dentro de sí mismo un fuego sin control, solo extinguido cuando tuvo que encararse con la muerte. Entonces triunfó la gracia y consiguió apagarlo, y hubo en el cielo -así lo vislumbro- una fiesta por un pecador que se convertía.
Solo un hombre de cultura religiosa pudo, aun blasfemando, hacer citas continuas del Antiguo y del Nuevo Testamento; enfrentar a Pedro con Juan, el predilecto de Jesús; recordar el agua convertida en vino (pensando en las bodas de Caná; encabezar una poesía con el título Parábola; y airado pronunciarse así: “cuando los ´rojos´ se habían incautado de las iglesias y de los ornamentos sagrados, yo me llevé el salmo (porque) el salmo es mío, ¡del poeta! El salmo es una joya que les dimos en prenda los poetas a los sacerdotes. ¡Fue un préstamo! Y ahora me lo llevo”.
Y sin embargo, del fondo de su ser -como algo incontenible- ante el “no hay dios, sí hay Dios” y su pregunta “¿dónde está Dios?”, se contesta a sí mismo “Dios está sentado al final de la carrera, esperándonos”; y por eso “navegaré en mi barca hasta llegar a Dios”.
Con tono patético, como una queja, exclama: “¡Si yo pudiera orar, si pudiera subir como el incienso todavía, y caer humildemente de rodillas como la cera hirviente de los cirios. Si yo tuviera fe!”
Y la recobró, sin duda. Sin la fe no se puede, como testamento, suplicar: “sencilla, muy sencilla, hazme una cruz sencilla, carpintero”, la que presidirá su sepultura en el cementerio español de Méjico. Sin fe no se canta a la Verónica así:
“Ahí la tenéis
con su paño de lágrimas
levantándolo entre los dedos.
¿Quién es ese del retrato?”
El P. Félix García, en un precioso artículo, publicado en ABC el día 27 de septiembre de 1968, narra una entrevista suya con León Felipe, trayendo a colación pruebas de su “carácter profundamente religioso, subyacente en su espíritu”, según Guillermo de la Torre, en ABC, de 29 de octubre del mismo año.
Las pruebas que aporta el P. Félix García, y que ponen de relieve el carácter profundamente religioso del “poeta blasfemo”, lo respaldan de un modo convincente. Son palabras del mismo poeta: “Nada se ha inventado sobre la tierra más grande que la Cruz. Hecha está la Cruz a la medida de Dios, de nuestro Dios, y hecha está también a la medida del hombre”. “Yo te amo Señor (y) estoy esperando a que me llames. Muchas veces he querido escaparme por la puerta maldita y condenada, y siempre mi ángel invisible me ha tocado en el hombro y me ha dicho severo: ¡no es hora todavía; hay que esperar! Y aquí estoy esperando”.
Y su espera terminó el 18 de septiembre de 1968. Con la bendición de Dios, nos cuenta el P. Félix García, “llegó el término de sus jornadas”. Tuvo tiempo, antes del último latido, para dejarnos estas frases de hondo arrepentimiento: “Soy tan viejo -y ha muerto tanta gente a la que yo he ofendido, y ya no puedo encontrarla- para pedirla perdón. Ya no puedo hacer otra cosa que arrodillarme ante el primer mendigo y besarle la mano. Voy olvidando, olvidando -pero quiero que la última palabra- la última palabra pegadiza y terca, que recuerde al morir sea ésta: Perdón”.
“Yo me confieso, Señor
Ten misericordia de mí”.
En la España de Franco, a pesar de los ataques al Caudillo, tan sumamente graves e injustos, se recordó con respeto al poeta. Que yo recuerde, aparte de los artículos citados del P. Félix García y de Guillermo de la Torre, se publicaron otros, uno de Melchor Fernández Almagro, el 22 de septiembre de 1968, en ABC, y otro de E. Calle Iturrino en El Alcázar, de 23 de septiembre del mismo año, con el título de El secreto de León Felipe, o por qué fue poeta y nómada. También se convocó un homenaje póstumo en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, en el que, según la invitación, hablarían Caballero Bonald, Rafael Taibo, Juana Ginzo y Fernando Dicenta.
¡Qué ironía la censura cruel a la censura de aquel Régimen!
D. Blas Piñar y Alternativa Española (AES) nos hacen más libres.
Don Blas, me quito el cráneo ante usted, que escritor, de seguro es usted un gran poeta, pero lo que si se y estoy seguro, me juego la vida que es usted HONRADO, y eso en España está en vías de extinción, don Blas, necesitamos gente como usted para sacar adelante España, cuente conmigo, soy poca cosa, pero imito lo que veo en usted Honradez, patriotismo, y la poesía.
MI FELICITACION POR ESTE ARTICULO Y SALUDOS
YA MISMO PRESENTAREMOS SU ULTIMO LIBRO DE POESIAS EN LINARES
En Linares? no es ese el pueblo andaluz donde tienen montada su base de operaciones los sicilianos de la familia Greco?
Don Blas, mi más sincera felicitación por el artículo y un afectuoso saludo desde Cataluña.
Don Blas, mis saludos más cordiales. ¡Viva Franco y viva España!. Franco?: El mejor gobernante que ha tenido España junto con los reyes católicos. Don Blas tenemos que acabar con los enemigos de España que ahora son los separatistas.
Los enemigos de España no son los separatistas-o por lo menos no son los únicos- los principales enemigos de España se llaman PPSOE.
Un artículo fantástico como todos los del señor Piñar.