El católico que se negó a hacer armas para matar
Se llamaba Alejandro Cuadrado Blanch y tenía su propia empresa de transportes cuando el ejército republicano reclamó sus servicios tras estallar el conflicto en la fábrica de armamento número 15 de Olot (Gerona). Allí le encomendaron la misión de montar los subfusiles catalanes Labora Fontbernat.
Cuadrado, cuenta a V su hijo, era un hombre católico pero sin significación política. El hecho de construir material bélico le superó. “Su moral no le permitía hacer armas para matar. Así me lo contó. No hablaba mucho de la guerra pero ese detalle me lo repitió varias veces. Mi padre montaba los subfusiles mal a propósito. En un primer momento sí que realizaban alguna prueba previa, pero al final no había control de calidad, toda arma que salía de la fábrica iba directa al frente.
Uno de sus superiores un día observó defectos en los subfusiles que pasaban por la mano de mi padre, y le dijo que se estaba jugando la vida, que la próxima vez que lo detectaran no lo contaría, le matarían”. Cuadrado decidió abandonar. La frontera con Francia está muy cerca de Olot, y tomó la decisión de exiliarse voluntariamente antes de que le mataran, o antes de seguir trabajando al servicio de la muerte.
Su hijo, Alejandro Cuadrado Puig, relata que justo antes de irse, su padre hizo una última aportación a la causa: “Dejó muchos percutores con una medida superior a la adecuada. Así, el subfusil sólo dispararía una bala antes de encasquillarse. Después se fue. Mi padre odiaba la muerte y no quería ser cómplice, sólo eso”. Miles de ‘enemigos’ de Alejandro nunca han sabido todo lo que le deben.