Humildad Real
No soy aficionada a la caza en ninguna de sus modalidades. Tal vez con análisis simplista, pero siento pena de los animales y no entiendo el placer que se encuentra en terminar con ellos. Bajo este prisma, matar elefantes me parece terrible, durísimo y nada edificante. Por tanto mi opinión respecto a lo sucedido con el rey puede deducirse con total claridad.
Para mayor malestar creo que a nuestro monarca no le debería apetecer ir a cazarlos cuando conoce a la perfección la dificilísima situación por la que atraviesa España. Soportamos más de cinco millones de parados, vivimos momentos de grandes recortes por la amenaza constante de la intervención de la UE y una empresa española ha sufrido ultraje y mal trato por el gobierno argentino. El rey ha sido enormemente inoportuno en la elección de su semana de asueto cinegético. De eso estoy segura. Debería haberse ocupado de hacer gestiones de alto nivel para evitar la privatización de YPF en vez de entregarse a una afición bastante criticable.
Sin embargo, al ver cómo unos y otros han utilizado la polémica para ensañarse a su manera, empiezo a cuestionarme la franqueza de la reprobación. La hipocresía política, la conveniencia interesada, el aprovechamiento de las circunstancias para reeditar el dilema monarquía-república y la reclamación selectiva de ejemplaridad, le quitan mucha sinceridad a las protestas publicadas. Más bien creo ahora que el error del rey ha venido estupendamente a una serie de profesionales de la queja que están muy lejos de ser impecables.
Los que se rasgan las vestiduras por el viaje del rey no exigieron disculpas en otras ocasiones. No se ofendieron tanto como para demandar un comportamiento honroso al ministro socialista Bermejo y a su compañero de cacería ilegal, el mediático Garzón. Por el contrario, fueron y son defensores incondicionales de un juez condenado cuya sentencia tachan de tendenciosa.
Estos mismos no exigieron disculpas a los políticos responsables del paro más alto de nuestra historia. No les reclamaron el reconocimiento de su pésima gestión que ha convertido en inviable el mantenimiento de nuestros servicios públicos, ni de sus continuas frivolidades que nos han situado al borde del precipicio.
Tampoco exigieron disculpas cuando el anterior presidente del gobierno se desplazó de compras a Londres con su mujer y sus hijas, a costa del erario público. Y no lo hicieron cuando Felipe González, gracias a sus contactos con el monarca marroquí, se construyó una lujosa mansión en zona protegida de ese país africano vulnerando la Ley de Costas.
No se han exigido disculpas a los causantes directos, que tienen nombre y apellidos, de la corrupción más escandalosa en una administración pública española. El fraude de las prejubilaciones falsas, de las ayudas a empresas inventadas, de las tramas organizadas desde el poder para favorecer económicamente a los afines, han pasado de puntillas para los quisquillosos de la ética Real.
Nunca exigieron disculpas a ministros mentirosos que intrigan con fondos y medios estatales en beneficio partidista, ni a aquellos que confraternizaron con ETA llegando a llamar a Otegi “hombre de paz”, ni a los que igualan a las víctimas del terrorismo con sus verdugos, ni a los que jamás acudieron a una manifestación en apoyo de los asesinados por los sanguinarios separatistas vascos.
Por todo ello y por más razones similares, no me creo nada de estas exigencias de disculpas a la carta. No pueden proceder de sentimientos honestos porque no soportan la mínima comparación. No surgen de la coherencia sino del oportunismo. Son arbitrarias y aprovechadas porque sólo se ceban con el rey, al que han puesto contra las cuerdas, sin que existan precedentes con protagonistas de conductas mucho más graves, inmorales e incluso delictivas.
En España hace tiempo que todo sigue el mismo protocolo de actuación ya inoculado hasta la médula de nuestra idiosincrasia: la verdad sucumbe ante la conveniencia, la objetividad ante la politización y la rectitud, ante lo considerado políticamente correcto. Estas reglas del juego que nos invaden imposibilitan que el aplauso o el rechazo se efectúen con equidad.
Sólo el Jefe del Estado, desde que existen los demócratas cargados de razón moral, ha sido capaz de pedir perdón. Saquemos de esta raya en el agua alguna lección de humildad nacional. Pero para todos por igual.
*Alcaldesa de Fuengirola.
esto es como a modo de mascotas,lamentable,epatamiento,oportunismo,tapadera emocional, esto esta finiquitado, un jefe de estado postrado, implorando clemencia
Y digo yo, porque no es Vd.la persona responsable de prensa del partido popular, con lo clarita que es Vd.Su partido se está dejando apabullar por estos socialistos chorizos, trincones e impresentables. A ver si espabilan sus compañeros