¿Atrición o contrición real?
Es cierto que en nuestro país no existe cultura de pedir disculpas ni reconocer errores cometidos. La decisión por parte del Rey asumiendo públicamente el haberse equivocado, es algo que le honra y enaltece. No obstante, cuando tomó la decisión de realizar el viaje a Botsuana, era perfectamente consciente que el ausentarse de España en estos críticos momentos para participar en una cacería, no era lo más adecuado y, muy posiblemente, advertido con todos los respetos que cometía una imprudencia. Lo que nadie imaginaba era la desdichada rotura de cadera y sus consecuencias….
El tiempo corría y las críticas, más o menos justificadas, crecían en progresión geométrica. Lo que obligó a todo el equipo de asesores de la Zarzuela a organizar “el perdón real” cuanto antes y tratar de zanjar la desafortunada situación de galopante desprestigio. En efecto el numerito de la cacería no cayó nada bien y todo se iba enrareciendo más de lo esperado. El reciente accidente del nieto mayor con la escopeta, aunque no merecía semejante repercusión mediática tampoco favorecía, si bien, lo que verdaderamente está trastornando a la Casa Real son los escándalos del ambicioso Iñaki Undargarín y las últimas noticias aparecidas sobre el caso.
En efecto, el indeseable comportamiento del yerno del Rey, aprovechándose descaradamente de su matrimonio con la Infanta Cristina, está originando mucho más daño a la monarquía española que la citada cacería de elefantes, con el agravante de que los enjuagues del exjugador de balonmano, a tenor de las continuas noticias aparecidas en la prensa, da la sensación que todavía queda mucha porquería por salir a la luz. Para los reyes, su hija lo es todo, pero el verse obligados a mantener una postura ambigua, puede resultar mucho más grave que todo un rebaño de proboscidios enfurecidos.
Tampoco se puede negar que han sido muchos los ciudadanos que han interpretado las disculpas del Rey como una estrategia para convertir la necesidad en virtud. Opiniones aparte, lo cierto es que una vez decidida la conveniencia de reconocer el error real, fórmula y escenario fuero cuidadosamente elegidos. El que el monarca apareciese con dos muletas y en un recinto hospitalario, aportaron parte del morbo a la representación milimétricamente estudiada que tuvo su mérito. Cabría preguntarse si don Juan Carlos se habría comportado con el mismo arrepentimiento y propósito de enmienda en caso de no haber sufrido el patinazo. Con o sin resbalón, la fechoría de haberse ausentado ya estaba cometida, aunque sin rotura de cadera, cabe la posibilidad de que los acontecimientos discurriesen de forma distinta.
Lo que no ha pasado de puro cinismo ha sido el afirmar que la corona salió fortalecida con este incidente. Absurda afirmación. Puede admitirse que el Rey fuese presionado a pedir perdón y lo hizo con dignidad, pero sus méritos obedecen a 37 años de grandes servicios prestados a España que le han sido puntualmente reconocidos.
Aprovechar ladinamente lo ocurrido para tratar de forzar la abdicación del Monarca, cuestionar los gastos ocasionados cuando concurría con carácter de invitado o insinuar otro tipo de intenciones, no pasa de ser puras y mezquinas especulaciones propaladas por los de siempre y con un recorrido muy limitado, sin respeto alguno hacia la vida íntima. Aunque no lo parezca, transcurrido un mes, todo lo sucedido solo merecerá tratamiento de anécdota…¡tiempo al tiempo!
Si en efecto el perdón fue un verdadero acto de arrepentimiento por una culpa cometida, deberá ser considerado como auténtica contrición. Por el contrario, si Don Juan Carlos solo actuó por temor a las consecuencias podrá ser valorado como mera atrición que es definido también como una “contrición imperfecta”. Que cada uno juzgue como mejor entienda y quiera.