Pelayo
Hoy es un día diferente. Estoy de estreno, con un nuevo entretenimiento al que deseo dedicar parte del poco tiempo que tengo, convencida de que el empeño merecerá la pena. El mejor amigo del hombre, con cuatro meses y medio, ha venido a vivir a casa. Está feliz, alegre y juguetón, correteando sin parar, investigando todos los rincones y pegado a mí cada vez que me muevo. Se llama Pelayo.
En Fuengirola llevamos tres años organizando el Día del Perro con la finalidad de que estas mascotas tan fieles y cariñosas no dejen de valorarse pagando las consecuencias de la vida rápida y cómoda que nos planteamos como objetivo. Ni queremos que tengan mala fama por culpa de sus dueños que ensucian las calles a menudo, con los excrementos sin recoger. Tampoco sería justo que olvidásemos la gran aportación que los perros realizan a la sociedad. No sólo como animales de compañía, sino de guías para invidentes, de colaboración policial para la detección de bombas, drogas y otras sustancias, en terapias diversas, en la búsqueda de personas desaparecidas etc.
Por todas las razones mencionadas, dedicamos un día al año a recordar estas y otras virtudes indiscutibles de la mejor mascota. Una de mis visitas obligadas en cada edición es a la carpa de las adopciones. Llevamos perros de la perrera municipal para procurar que la gente se apiade de ellos y decida adoptar alguno. Es una experiencia ambivalente. Por una parte triste, pero por otra, esperanzadora.
Este año, uno de los perros que esperaban desde el interior de la jaula, captó inmediatamente mi atención. No sé por qué. Ni era más bonito, ni de raza especial, ni hacía nada digno de mención. Me acerqué a verlo de cerca y en cuanto apoyé las manos en la tela metálica, se puso de pie moviendo el rabo y comenzó a lamer mis dedos. Me miraba como si supiera que su futuro dependía de mí. Me resultó además muy gracioso porque tiene uno de sus ojos en el centro de una mancha negra. Por eso en la perrera le llamaban Pirata. Decididamente el perro había tocado de lleno mi corazón.
Le busqué dueño enseguida. Se trataba de un niño muy conocido por mí, que estaba en el recinto y que también se acercó a la zona de adopción. Me puse súper contenta porque sé que él y su familia son buenos y responsables. Quedaron en recoger al perrito al día siguiente y ante mis dudas e insistencia, aseguraron que la decisión era completamente firme.
Dejé pasar un par de días y para quedarme del todo tranquila, llamé a la perrera. Me dijeron que realmente acudieron a adoptar al perro, pero que al ponerle el collar y la cadena para que el niño lo paseara, tiraba demasiado de él. Esto preocupó a los padres y optaron por otro de menor tamaño por ser más manejable. Fue una mala noticia para mí.
Desde entonces, hace más de un mes, he preguntado por todas partes si alguien quería adoptar un perrito. No ha habido suerte. Puse su foto en Facebook y tampoco dio resultado. A medida que pasaban los días, aumentaba mi preocupación. Era como una especie de cuenta atrás. Así que me lié la manta a la cabeza y decidí adoptarlo yo. Le cambié el nombre y ayer, cuando salí del ayuntamiento, se vino a casa. Disfrutó una barbaridad y creo que pasó la mejor tarde de su corta vida.
Ya le habíamos comprado sus cosas: la camita, los cuencos para comida y bebida, el pienso, varios juguetes, cepillo, collar y cadena. Estaba recién bañado, desparasitado y olía estupendamente. Daba gusto acariciarle con el pelo tan suave. Jugamos a la pelota y pronto empezó a traerla. Lo saqué en dos ocasiones de paseo y supongo que tenía tanto miedo acumulado de su vida anterior, que no se atrevía a separarse de mí ni un segundo tanto en la calle como en casa. El perrito es cariñoso, tranquilo y de buen carácter. Le encantan las caricias y me mira con unos ojos brillantes llenos de vida, confianza y gratitud.
No tengo idea de cómo voy a organizarme para educarlo, sacarlo a la calle y prestarle el tiempo que se merece, pero lo intentaré con la mayor ilusión. Este nuevo miembro de la familia tiene pinta de que puede convertirse en un gran amigo, en el más fiel y leal, cosa que en estos tiempos no es demasiado frecuente.
Cuando pienso en lo que soportamos a nuestro alrededor, en el tipo de sociedad que hemos creado, en las trampas y zancadillas a todos los niveles, creo que la adopción de Pelayo ha sido una magnífica decisión. Por exagerada que parezca, Pelayo va a ser para mí un referente constante.
*Alcaldesa de Fuengirola.